martes, 22 de octubre de 2019

Entre lunas, muros y animales - Concierto Pink Tones en Almería

El universo de Pink Floyd volvió a nuestra ciudad el pasado viernes en el Teatro Cervantes con la banda española que mejor recrea su sonido.



Una figura en la oscuridad del escenario se dirige hacia una montaña de teclados para dar comienzo a una de las piezas experimentales con sintetizador más famosas de la historia, On the run, perfectamente enlazada con otros dos clásicos, Time y The great gig in the sky. Hace ya más de cuatro décadas que cuatro británicos aspirantes a ingenieros aterrizaron en la música para cambiarlo todo, y es muy de agradecer que bandas como Pink Tones mantengan vivo su legado con unos niveles de calidad que rozan la perfección. 
No entraré en el eterno debate sobre las bandas tributo porque, en su caso, no hay discusión:  no hablamos de imitadores sino de grandes instrumentistas que, cual orquesta sinfónica, interpretan las composiciones de genios de la música, para disfrute de los que los paladeamos en su época y deleite de las nuevas generaciones.

Pasan quince años de aquel anuncio en que el vocalista y multi-instrumentista Alvaro Espinosa iniciaba la búsqueda de compinches para su proyecto pinkfloydiano. Un teclista – Nacho Aparicio – acudió presto a la llamada, e involucró a su amigo Toni Fernández quien, con sus baquetas, hasta la fecha recrea el mágico mundo percusivo de Nick Mason.
Por tercera vez – si contamos aquel Candil Rock del 2011 – los Tones visitan nuestra tierra, y repiten en el Teatro Cervantes. Aún no habiendo visto a los originales, he podido disfrutar de Waters en directo, y declaro que lo de esta banda no es ninguna broma.
Recordaba, entrevistando a Nacho esa misma mañana en Candil Radio, que en su última visita a Almería estrenaron su círculo de luces robotizado, pero he de reconocer que ha sido en este reciente recital donde he mejor he comprobado su potencial de luces, sonido y, más importante, la grandiosidad de su música.

Acompañados de dos músicos de apoyo – Yoyo Bei y Alberto Álvarez – y dos maravillosas cantantes – Cris López y Suila Aalí, el set-list del pasado viernes hizo las delicias de los más fanáticos – entre los que me encuentro desde mi adolescencia – hasta los menos conocedores de la obra magna de los Floyd.

Repertorio para todos los gustos
Tras el comienzo con referencias al Dark llegó la primera incursión en Animals con la impresionante Dogs y la original aportación del instrumento electrónico más antiguo de la historia: el theremin. De inmediato nos transportaron a la etapa más temprana y psicodélica con el emocionante final de A sacerful of secrets y el clásico One of these days para lucimiento de su bajista, Edu Jerez.
No faltaron imprescindibles como la versión casi completa del Shine on you crazy diamond, la triada Any color you like, Brian Damage y Eclipse o su animal mas legendario, Pigs (Three different ones), con Espinosa embrujándonos con su dominio de la guitarra y vocoder. Supieron oscilar entre un algo trillado Wish you were here hasta piezas más rebuscadas como Childhood´s End. Pero para el buen aficionado el momento más disfrutable de la noche fueron dos suites con las que no muchas bandas se atreverían: Atom Heart Mother, en su versión sin orquesta, y esa enorme joya del progresivo llamada Echoes.
Comodidad y respeto
Llegado este momento sí que se echó en falta haber podido disfrutarlo cómodamente sentado en butaca. No todo el rock incita a saltar y bailar, y la música de los Floyd en ocasiones se asemeja más a una sinfonía de Beethoven que a un concierto de Springsteen. Totalmente negativo, en esta ocasión, un sector del público que no cesó de molestar en todo momento, provocando la recriminación de los estábamos allí para disfrutar de la música y no para charlas intrascendentes con los amigos. Lamentablemente, la protesta de Waters que dio lugar a The Wall sigue vigente.
El muro final
Buenos conocedores del terreno que pisan, tras semejante derroche de intensidad y experimentación, para el final debían ganarse al cien por cien de la audiencia y para ello nada como The Wall, acometiendo las tres partes del Another brick in the wall, con The Happiest Days Of Our Lives intercalada, como mandan los cánones. En su vuelta para los bises, y con la única iluminación de una pequeña lámpara, la intensa y escalofriante Nobody Home a piano y voz dio paso al éxtasis con uno de los mayores clásicos del rock, Comfortably Numb.
Con guitarras sonando a Gilmour, tambores a Mason, bajos a Waters y teclados a Wright, el alma de los Floyd revoloteó toda la noche por el teatro hasta el momento final en el que aparecieron sus fotografías. Pero no olvidemos que todo lo que sonó allí salió de los corazones de los Pink Tones. Larga vida a la música de los unos y a la carrera de los otros.



miércoles, 18 de septiembre de 2019

Antes de ABBA



Podría muy bien comenzar con ‘una morena y una rubia…’ parafraseando nuestra clásica zarzuela, pero sustituyendo la siguiente frase por  …hijas del pueblo de Estocolmo’, porque hoy vengo a hablaros de ABBA.
Existe la creencia popular de que aquellos cuatro jovencitos de estrafalarias indumentarias acababan de iniciarse en el mundo artístico cuando triunfaron en el ya lejano Eurovisión del 74 cantándole -  sin demasiado rigor histórico -  a una batalla bien conocida de nuestro continente.
Nada más lejos de la realidad, porque cada uno acarreaba a sus espaldas en aquel preciso momento una carrera previa de casi una década en la que se habían pateado de arriba abajo gran parte de la península escandinava.
Un todavía lampiño Benny comenzó, al amparo de la beatlemania, con una banda de bastante éxito llamada los Hep Stars mientras que Björn, el rubio de cara simpática, hacía lo propio con los Hootenanny Singers, una formación de skiffle y folk a la que tampoco fue nada mal.
Por su parte, la angelical rubia Agnetha sumaba cuatro long plays a su nombre antes de unir su voz a los otros tres. Y la morenaza Anne-Frid – más conocida como Frida – se curtió en los cabarets y alguna que otra big band, llegando a cantar bossa-novas en sueco.
Y fue así, haciendo carretera y coincidiendo en los Melodifestivalen de su tierra, como sus caminos confluyeron. La chispa del amor saltó entre las dos parejas antes incluso que la musical pero, con la perspectiva que nos da saber lo que ocurrió, estaba cantado que cantarían unidos. 
Aunque las voces de los dos chicos no decían gran cosa, si que demostraban chispa e intuición para fabricar hits. Pero es que sus respectivas parejas cantaban como dos ángeles y, además, lo parecían.
Curioso también el origen de su nombre, que proviene de una pequeña broma de su manager. Cansado de llamarlos por sus nombres – su primer disco lo firmaron como Bjorn – Benny & Agnetha - Frida -, comenzó a usar el palíndromo con sus iniciales porque, curiosamente, ya era el nombre de una conservera de pescado bastante conocida en Suecia. Cuando llegaron los primeros éxitos no tuvieron más remedio que negociar con los ABBA de las latas para mantener el derecho de su uso.
Otro día me centraré en sus triunfos, que fueron muchos, pero hoy quería limitarme solo a sus inicios, sobre todo pensando en esos jovencitos que sueñan con saltar del canturreo en la ducha de su casa a un gran plató de televisión y cientos de miles de seguidores. No estaría de más comentarles que los grandes artistas no suelen surgir de la nada. Solo hay que recordar lo que hubo antes de Abba.

martes, 10 de septiembre de 2019

Receta anti-depresión



La llegada de septiembre tiene para mí un aliciente especial desde hace algún tiempo. Me sitúa frente a un micrófono en Candil Radio - y ahora también desde Subterranea - y regreso a estas páginas desde las que semanalmente doy rienda suelta a mi pasión por divulgar la buena música, entre faros y tabernas.
Pero durante el verano me he centrado en la mejor forma de escucharla, el directo y os cuentos dos ejemplos. Desde hace un tiempo le tenía ganas a un festival que no me pillaba precisamente ‘a tiro de piedra’, el Munijazz. Se celebra cada agosto en una pequeña población de La Rioja llamada Munilla en la que sus vecinos se vuelcan con el jazz  ¡¡¡ y de qué manera !!!. Con mi respeto hacia los grandes - y medianos – festivales, allí demuestran que si algo se hace con cariño y respeto no hacen falta grandes presupuestos. Estar sentado en una preciosa plaza de esa localidad y disfrutar a la luz de la luna de unos conciertos fascinantes me pareció fruto de un buen sueño, obligándome a pellizcarme cada cierto tiempo.
Impresionantes bandas como los suizos MaxMantis Trio, los IAWT homenajeando al gran Allan Holdsworth, los jóvenes boperos Gravity o la sensible costarricense Pahola Crowley me demostraron que se puede organizar un festival de categoría en cualquier parte de nuestro país si se tienen ganas, tesón y el conocimiento de lo que el amplio mundo del jazz ofrece.
Ya de vuelta en nuestra Almería acepté la propuesta los amigos del Aku Aku y acudí su último concierto de la temporada. Que lo mío es el jazz y el rock es bien sabido por los que tenéis la paciencia de leerme o escucharme habitualmente, pero esa noche, que marcaba el final de agosto y el del santo que me da nombre, comencé a saborear el flamenco como nunca me había pasado. Mucha culpa la tuvieron dos hermanos de Motril, David y Carlos de Jacoba, el primero al cante y el otro al toque, que lograron transmitirme en pocos minutos mucho más que todo el flamenco que había escuchado hasta la fecha.
Que además la fiesta se completase con mi buen el amigo el percusionista Jonhy Cortes, la asombrosa bailaora Claudia ‘La Debla’, el flautista Juan José Fernández, los guitarristas José del Tomate y Antonio Fernández y el virtuoso de la armónica Antonio Serrano, redondeó esa noche mágica.
Dicen que con la llegada del noveno mes aparecen las depresiones así que, si me permitís jugar a terapeuta por un día, os recomiendo estrenar este fatídico mes sentados en una mesa de ese lugar de Mojacar deleitándoos con su buena música como el mejor anti-depresivo natural.

viernes, 19 de julio de 2019

Entrevista a Ángel L.Vicente (Promotor concierto Chick Corea & Spanish Heart Band)


El próximo miércoles 24 de julio recala en nuestra ciudad el pianista Chick Corea dentro del LIII Festival de Flamenco y Danza Almería 2019 presentando un proyecto que comenzó a forjarse a mediados de los setenta, cuando prometió a algunos músicos - Jorge Pardo entre otros – dedicar un disco a las músicas de nuestro país. Lo cumplió con su célebre My Spanish Heart (1976) y desde entonces no ha dejado de investigar y componer temas relacionados con lo español y lo flamenco. Con su nueva banda interpretará temas de esa grabación, de sus colaboraciones con Paco de Lucia y alguno nuevo como el que da nombre a su nuevo trabajo, Antidote. Las gestiones de Ángel L. Vicente han sido fundamentales para que su Spanish Heart Band recale por nuestra capital.


¿Cómo surge la posibilidad de traer a Corea al festival de flamenco de Almeria? 
Hace un par de años, por mi relación profesional con Jorge y Josele, supe que Chick tenía en la cabeza el germen de lo que veremos el próximo 24 de julio. Tras un concierto, su manager Kris Campbel me lo presentó. Recuerdo que hablamos de flamenco, de Paco, de Jorge y en un momento le pregunté: “Chick, ¿alguna vez has tocado en un festival de flamenco?”. Pensó por un momento y respondió que no. Ahí comenzó el sueño.
¿Contar en la banda con un almeriense y un "almeriano" han sido bazas importantes para atraerlo hasta nuestra capital, única de Andalucía en presentar el proyecto? 
Seguro que sí. Admira mucho a Jorge y a Josele, tanto por su interpretación exquisita como por su creatividad y riqueza en la composición. Y está especialmente ilusionado con visitar Almería en su gira europea. Además supongo que, pudiendo tocar en cualquier festival o teatro del mundo, cuando a su oficina de Boston llego el email de la propuesta de Almería, les llamaría la atención lo de ser convocado por primera vez por un festival de flamenco y en la tierra de esta música; seguro que les pareció exótico. Además de que Chick adora esta música.
¿Porque crees que Corea tiene esta pasión por el flamenco y clásicos como Falla o Albéniz? 
Supongo que son clásicos con mucho pellizco, con mucho soniquete (risas). La riqueza musical de España es única e inigualable por haber sido un crisol cultural histórico y en Andalucía, si cabe, el “caldo” aún se concentra más. Cantos sefardíes, ritmos bereberes y la relación de ultramar con América: todo eso cristaliza en Andalucía.  El flamenco en sí es la interpretación de folclore más rica y viva de toda Europa. Desde dentro lo vemos como natural, desde fuera ¡ lo flipan !
¿Hace más de cuarenta años compuso La Fiesta y Celebration Suite, pero ¿será la primera vez que Chick actúe en una auténtica plaza de toros? 
Si, la primera vez y además en una tan coqueta y elegante como es la de Almería. La he conocido bien en la preproducción del concierto y es preciosa. Este será además el primero en España de su gira europea y su primera participación en un festival de flamenco.
Llevas muchos años en esto de la música ¿de qué te sientes más orgulloso?  
Llevo con música toda la vida. Mi madre cuenta que aprendía a leer en la portada de un disco de la tienda de música que tenían mis padres. He vendido cintas de cassette en los mercadillos, tengo formación de técnico de sonido y he regentado un estudio de grabación. Promoví en 2010/11 un festival en Mojácar. Habré producido más de 1.000 conciertos en los últimos 20 años y he trabajado en teatros y festivales de los cinco continentes. En este trabajo se te va un poco la vida entre llamadas, emails y viajes. Pero sin duda de lo que más orgulloso estoy es de trabajar desde hace 17 años a pie de playa en mi pueblo, Mojácar, junto a María Flores en Aku Aku. 
¿Qué músico es el que más te ha emocionado o impresionado?
Emocionante fue conocer a Jorge Pardo en Titos (Mojácar) a finales de los 90, cuando él tenía la edad que tengo yo ahora. E impresionante es que, después de tanto tiempo, hayamos fraguado una relación profesional llena de éxitos y vivencias. Jorge es para mí un padre profesional; después de mis padres es la persona de la que más he aprendido en la vida y, sin duda, el músico más grande que conozco. Su obra musical es catedralicia y su interpretación es trance. Tener su confianza todos estos años ha sido un experiencia vital inmensa.   
¿Está resultando complejo organizar este concierto?
Es laborioso y exige paciencia, aguantar bien la presión, eficiencia y mucha previsión. Es un poco de locos trabajar casi un año para un solo concierto de entre 90 y 120 minutos. Aunque este concierto no es al que más horas, llamadas y emails he dedicado en mi vida: en 2013 con Jorge Pardo hicimos uno en Etnosur con 100 músicos en escena. Cuando empezó a sonar, después de meses de trabajo, no podía contener la emoción.
¿Se entenderá en un festival de flamenco la presencia de esta banda, mas jazzistica y latina?
Chick no es un músico de flamenco, pero el indudable carácter flamenco de la actuación no dejará a nadie indiferente y será una noche única y para el recuerdo. Y puede que sea el concierto de mayor afluencia de publico de todo el festival. Estamos en más de un 70% del aforo vendido, pero en los tendidos quedan aún localidades y la visibilidad y la escucha ahí son inmejorables. Me gustaría destacar la valentía de la dirección del Festival de Flamenco de Almería por incorporar este proyecto dentro de la programación oficial, ¡no lo dudaron ni un momento! 
Por último, como dice Chick y canta Rubén Blades ¿es la música un antídoto para las enfermedades del mundo?
Creo que sin duda la música es sanadora, es un antídoto para las enfermedades del alma y de las emociones, para las enfermedades sociales. Creo que ir a un concierto como el del próximo miércoles tiene mucho de bueno. Uno de los alicientes de esta profesión de locos románticos es la sensación de que colaboras en el disfrute de la gente y que, al final, dejas un mundo mejor del que te encontraste.

martes, 16 de julio de 2019

Los rockeros también bailan

‘…Los músicos no bailamos, ya habrás oído decir…’, sentenciaba el gran Jorge Drexler en una de sus canciones más deliciosas, Don de fluir. Y posiblemente esa costumbre de quedarse en la barra en lugar de lanzarse a la pista toca más de cerca a los aficionados al rock. 
Porque con bailar no me estoy refiriendo a mover la cabeza compulsivamente durante un concierto de los Maiden, ni a arrejuntarse mientras suena una balada, que ya dijo Dalma que bailar pegados no es bailar. Me refiero a menear el esqueleto con soltura, aires a Tony Manero y siguiendo unos mínimos pasos coreografiados.
Pero en aquella lejana década de los setenta cuando el mundo se lanzó de cabeza a las pistas de baile, no fueron pocas las bandas y artistas de rock que sucumbieron sin el más mínimo pudor. Algo tendría que ver el sustancial aumento de sus cuentas corrientes, pero también es cierto que en esa época muchos de ellos visitaban las discotecas frecuentemente y se rendían con alegría a la danza y al pantalón de pata ancha.
Uno de los primeros en arrojarse a la piscina discotequera fue Bowie, que en el 74 realizó una versión bailona de John I´m only dancing y poco después su Young Americans. Casi a la vez los Eagles coincidían en el mismo estudio de Miami con los Bee Gees y acabaron abriendo su disco homónimo con One of these nights incitando al movimiento y cantando en falsete. 
Pero donde se concentran más ejemplos del bailongueo de los rockeros fue en el año 1979. Y a las pruebas me remito: El pelopincho Rod Stewart preguntaba al mundo Da ya think I´m sexy? dejando noqueados a sus fans de The Faces; Elton John grabó Victim of love y las victimas fuimos los que lo compramos; los progresivos Camel incursionaban en el tecno con un sorprendente Remote Romance y la Electric Light Orchestra publicaba en Discovery algunas de las piezas de disco-music mas perfectas de la historia. Hasta los eternos Kinks coquetearon con la divertidísima (Whish I could fly like) Superman y mi admirado Paul McCartney cerraba la década con uno de sus temas más rítmicos, Goodnight Tonight, que algunos recordareis como sintonía de la Vuelta Ciclista a España del 79.
Pero si hay una banda que presuma de ser la esencia del rock´n´roll son los Stones. Pues a pesar las quejas de Keith Richards también animaron las pistas; primero con Miss you y poco después con Emotional Rescue, con un Jagger desatado y en falsete al más puro estilo ‘Gibb’.
En definitiva, en aquel final de década creo que se podía afirmar que los rockeros también bailaban o, al menos, hicieron bailar a medio mundo. 

martes, 9 de julio de 2019

El payo Corea

Un señor de pelo engominado, bigotazo, chaquetilla y camisa con chorreras fue mi primera imagen de Chick Corea. Y con esa apariencia de mariachi me miraba fijamente desde la portada de un doble vinilo que acababa de comprarme, My Spanish Heart. Su estilista no debía tener muy clara la diferencia entre nuestro país y ese al que Trump quiere aislar con un muro.
Desde que Lionel Hampton grabó Jazz Flamenco - en el que, según Montoliú, lo único cercano a nuestro folclore era una señora tocando las castañuelas-, muchos han sido los intentos de jazzistas norteamericanos por integrar en sus obras la sonoridad de nuestra música. Corea ha sido, a mi juicio, de los más acertados.
Su ascendencia hispana – su apellido puede derivar del latino Correa –, la admiración por el Sketches of Spain de Miles Davis, el interés por Albeniz o Falla y su curiosidad infinita habrán tenido mucho que ver. 
Tras foguearse en su juventud con los mejores del látin-jazz, nada más iniciar los 70 ya compuso La Fiesta y Spain, dos piezas fundamentales que, aún rozando superficialmente nuestras músicas, es tanta su originalidad que han pasado a ser de los standard mas interpretados de la historia.
Me contaba Jorge Pardo no hace mucho que se conocieron a su paso por Madrid en los 70 con los Return to Forever, y cuando él militaba en la banda Dolores. Tras compartir impresiones - y un buen cocido - surgió la promesa de un disco dedicado a su admiración por este extraño y fascinante país llamado España. 
Lo hizo y aunque, en porcentaje, había más de latino que de flamenco, el resultado fue un gran trabajo de fusión del jazz con todos los palos que le interesaban. Personalmente, me introdujo de sopetón en las músicas improvisadas, lo que le agradeceré eternamente. Una objeción: no contar con ningún músico español para una obra supuestamente inspirada en nuestra tierra. 
Le puso remedio en Touchstone (1982) invitando al mejor guitarrista flamenco del mundo, Paco de Lucia, surgiendo una eterna admiración entre ambos. Rescató años después el proyecto con Benavent, Dantas y el propio Pardo, y con ellos recorrió el mundo demostrando cuanto había progresado en el estudio de nuestra música desde aquellas dos iníciales y ya célebres piezas.
En breve lo tendremos en nuestra ciudad con una apabullante y multicultural formación – la Spanish Heart Band - donde, además de Pardo, también figura nuestro paisano Niño Josele. 
No sé cómo se lo tomarán los puristas pero, para mí, el mejor plato del nuestro próximo festival de flamenco va a ser poder degustar al payo Corea.


martes, 25 de junio de 2019

Cuarenta mariposas para Pablo

Que el trío Pieris porte el nombre de una mariposa proviene del propósito de asociarse a algo bello que conecte norte y sur, y mientras observaba las manos de Marco Mezquida deslizarse por las teclas del magnífico Shimmel de Clasijazz pensé que no había nada más parecido al leve vuelo de ese lepidóptero. Cada aleteo produce tal cantidad de belleza que si algún asistente al concierto hubiese padecido el síndrome de Stendhal, lo sacamos de allí con los pies por delante. Porque hay momentos en los que un instrumento parece haber sido creado con el propósito de que caiga en las manos de un determinado artista y Mezquida nació para el piano. Su combinación de depuradísima técnica, desbordante imaginación, exquisito gusto y una capacidad de innovación constante constata que la música sigue su camino escogiendo a sus propios renovadores.
Los daneses Jesper Boldisen al contrabajo  y Martin Maretti Andersen en la batería no quedan a la zaga, dando réplica a sus diabluras pianísticas y haciendo de cada composición una nueva aventura. 
Me preguntaba mi amiga Ana al día siguiente que cual era el estilo de jazz que interpretaban y no supe contestarle. Su música trasciende de etiquetas y se convierte en una suerte de mágico desarrollo de melodías, armonías y ritmos aprovechando cualquier cultura o lugar.
Sucedió un jueves cualquiera y presentaban el disco homónimo del que yo desconocía todo. Me vanaglorio de ir preparado a los conciertos, pero hay ocasiones en las que acudir con los oídos vírgenes tiene sus ventajas.
Me atrapó esa bellísima Hidden Beauty de Bodilsen que dio paso a Florencia, original de Mezquida, inspirado y lleno de matices donde el juego con la dinámica, el cruce de ritmos y las bellísimas melodías entretejidas describen al mediterráneo. Me encandiló Joy, emocionante oda de Marco a su abuela que me recordó a aquellos country del mejor Jarrett. O el clásico de Agustín Lara, Piensa en mí, con un tratamiento exquisito de bolero swingueado. Y, siguiendo la tradición de otro superdotado en lo de homenajear a los de Liverpool, llegó el delicado Love de Lennon, arrancando con la calma del original para ir transformándose en un tsunami musical.
Con la ranchera Que nadie sepa mi sufrir como breve bis completaron un set de ensueño que cualquier músico querría poder poseer y abordar. El suave aleteo de una mariposa se habría podido escuchar en el momento final, cuando los tres posaban suavemente las manos sobre sus instrumentos y daban por finalizado un concierto regalado a un Pablo Mazuecos que no había soñado entrar de esa forma en la cuarentena. 

martes, 18 de junio de 2019

Lo que necesitas es amor

Cuando contaba con solo doce años compré un disco llamado A single man, que acababa de editar un aparentemente elegante caballero – si nos fijamos en la portada – llamado Elton John. Recuerdo aún los esfuerzos por hacerle distinguir a mi abuela Eloísa, fan declarada del tigre de Gales, que ‘El Tom Jones’ de mi disco era otro. Entonces, escuchando Part-time love o Madness no podía imaginarme que brotaban de una mente tan genial como atormentada. Rápidamente me hice fan irredento de ese pequeño y extravagante personaje cuyo nombre real es Reginald Dwight y en pocos años, uno a uno, adquirí todos sus fabulosos trabajos de los 70.

El pasado fin de semana disfruté y me emocioné con Rocketman, el biopic en forma de musical que nos cuenta su azarosa vida. Conocía detalles de su biografía pero no es lo mismo leerlos que reencontrarse con el personaje y viajar con él, con la ayuda de las geniales letras de su socio Bernie Taupin, el 50% de uno de los tándem compositivos más perfectos de la historia del rock y el único que en esa época lo apreció sinceramente. 
Para el gran público Elton es ese personaje histriónico del inicio del film disfrazado de diablo rojo y rogando con la mirada la misma cantidad de cariño que de cocaína. Bajo esa cabeza portadora de sombreros mas estrafalarios que los de su propia reina se esconde una de las mentes musicalmente más perfectas que conozco.
Hoy no es momento de glosar sus grandes discos - de algunos ya os he hablado y de otros hablaré – sino de recomendaros la película. Más de uno os sorprenderéis de cuantas melodías reconocéis y no os preocupéis por la cronología de las mismas porque, de forma tremendamente hábil, están colocadas en el momento en que las letras se adaptan mejor a los sucesos de su vida. Por eso, por ejemplo, una relativamente reciente I want love suena durante su niñez, época en la que comenzaron sus carencias afectivas.
El aprendizaje, la constatación de su homosexualidad, su ascensión, sus múltiples adicciones, un intento de suicidio, la negación de su condición – llegando a casarse con una mujer, Renate Blauel, boda que recuerdo haber leído en un Diez Minutos de la época –, y su posterior renacimiento con Too low for zero, el disco que le devolvió la vida y a su medio-hermano Bernie, todo ello está relatado en una película que no ahorra detalles escabrosos. Si a Elton no le importa contarlos, a mi tampoco que aparezcan. 
El  ’hombre-cohete’ debería ocupar, en mi opinión, un puesto mucho más alto del que ostenta en el Olimpo de los dioses del rock. Id a ver la película pero, por favor, escuchad sus discos.


miércoles, 12 de junio de 2019

Arturo Sandoval: Vuelo hacia la libertad

Arturo Sandoval volvió a pisar el Maestro Padilla el pasado domingo, dejando claro por qué se le considera el heredero más directo de Dizzy Gillespie.


Un profesor de Einstein escribió sobre él: ‘este chico no llegará nunca a ninguna parte’. A Verdi no le aceptaron en la Escuela de Música de Milán por no colocar correctamente las manos sobre el piano. Son dos anécdotas sobre el  poco tino de algunos ‘expertos’ que hoy en día serían, sin lugar a dudas, jurado de algún concurso musical televisivo. 
La historia de Arturo Sandoval comenzó de forma similar. Siendo un niño en su Artemisa natal, su primer profesor lo mandó a casa espetándole: ‘Deja la trompeta y deja la música, porque no es lo tuyo’.  Superando el desánimo, agarró el instrumento con fuerza y sopló hasta que le sangraron los labios. No sabemos si ese nefasto pedagogo pudo comprobar mas tarde de qué forma tan espectacular se había equivocado, pero el ahora veterano trompetista reconoce haber pensado siempre en él.
En su juventud despuntó en la Orquesta Cubana de Música Moderna, y la inquietud de sus miembros– entre ellos Chucho Valdes o Paquito D´Rivera – y su pasión por el be bop les llevó a fundar Irakere. Salió al mundo para constatar que en su país se había derrocado a un sátrapa para colocar a otro. Su pasión era el jazz, pero allí no estaba bien vista la música del enemigo imperialista. En una visita a la isla de su héroe, Gillespie, se le ofrece como cicerone y acaba asombrando al maestro con su arte, que en poco tiempo le invita a unirse a la Big Band de la ONU. Algunos años después sigue los pasos de su amigo Paquito y vuela hacia la libertad, titulando así su primer trabajo grabado en los EEUU. Esta es la figura que el pasado domingo volvió a pisar nuestro auditorio. Ya estuvo aquí en noviembre de 2008, cuando aún disfrutábamos de un Festival Internacional de Jazz.
Comenzó la Clasijazz Big Band Swing and Funk con una acelerada versión del standard de Ellington Prelude to a kiss, haciendo su aparición el saxofonista malagueño Enrique Oliver. El clásico The gentle rain de Luis Bonfa, introdujo al maestro David Pastor, cuya trompeta vibró ya al alto nivel que la tarde prometía.
Pero la entrada del maestro Sandoval al escenario fue lo que hizo que el volumen y la entrega de los jóvenes – y no tan jóvenes – miembros de la banda se multiplicase al ritmo del Funky Cha cha, junto a otros dos invitados de excepción, Cristian Rodríguez en percusión y timbales y el trompetista venezolano Yturbides Vilchez.
Me sorprendió que alguien nacido en Cuba y residente en California se mostrase quejoso del calor almeriense pero, sobreponiéndose a la puntual avería en la refrigeración, se desprendió de su chaqueta, empuñó con fuerza su trompeta y se lanzó al espectacular Algo bueno (Woody and me). 
No muchos conocen su pasión por el piano. Lamentó que su familia, siguiendo las costumbres de la época, le negasen la formación en un ‘instrumento para señoritas’. Demostrando que también se sobrepuso a eso, ofreció una inspirada improvisación sentado al gran cola. Mientras la banda interpretaba Stella by Starlight, se tomó un descanso para volver a empuñar la trompeta y soplar la eterna melodía del Body and soul. La escuché de primeras en Reunión (1991), su reencuentro con D´Rivera, y fue mágico disfrutarla en directo. Tras el lirismo, decidió recordar el score de Los reyes del mambo, otro de sus primeros trabajos para el mercado gringo, y con Mambo caliente y ese saborcillo a Pérez Prado nos hizo desear ser buenos bailarines. El concierto no podía finalizar sin el homenaje directo a su maestro y mentor, Dizzy Gillespie, y con renovados arreglos llegó la descarga de A night in Tunisia.
A la mañana siguiente, durante su masterclass en Clasijazz, pude ver al Sandoval menos estrella, más humilde y cercano. Me quedo uno de sus consejos: Mas importante que el talento es la dedicación plena a lo que amas. Como reza el título de la película sobre su vida, For love or country, Arturo tuvo que decidir entre un país que prohibía la forma de arte que más amaba o su pasión y consagración a la música. Triunfó el jazz.


martes, 4 de junio de 2019

Tiempos de con-fusión

Los ortodoxos, en general, no traen nada bueno. En la religión son los más intransigentes y en la política ya vemos en lo que desemboca eso de la pureza de las razas. En la música, aún sin ser tan peligrosos, nunca me han parecido recomendables. Y no debieron pasarlo nada bien los defensores de la integridad estilística a inicios de los setenta del pasado siglo. El rock movía el mundo, grandes estadios, sonido atronador, guitarras eléctricas a tope de distorsión y los primeros sintetizadores. Por si eso fuera poco, sumémosle fama, dinero, drogas y sexo. Un reclamo sumamente potente para algunos músicos que, aun siendo muy jóvenes, se habían curtido en el jazz.
Entre seguir acompañando a veteranas glorias en pequeños clubs o subirse al carro de la modernidad, la electrónica y, porque no decirlo, las limusinas y hoteles de lujo, no dudaron demasiado.
Miles Davis, viejo zorro ya en esa época, les enseñó casi todo poco antes, pero cuando se emanciparon comenzaron a cambiar la historia de jazz. 
El primero que se electrificó fue el británico John McLauglin. Iluminado, como tantos otros en esa época, por el hinduismo y re-bautizado Mahavishnu, llamo así a su banda con la que asombró a propios y extraños con una mezcla de casi hard rock con virtuosismo jazzístico y algo de psicodelia oriental. 
Otros dos aventajados de la vanguardia, Joe Zawinul y Wayne Shorter, emprendieron otro de los proyectos clave en la fusión, con un nombre que suena a final de telediario: Weather Report. Juntos facturaron una discografía impresionante, donde los envolventes y orquestales teclados del primero y el electrizante saxo del segundo llevaban la batuta.
Chick Corea fue quizás el más tardío, pero el más mediático. Con una increíble versatilidad, comenzó dándole a lo latino – lo llevaba en la sangre – y brasileño, pero cuando subió el volumen, sus Return to Forever eléctricos eran capaces de levantarte del asiento. Difícil encontrar en esta música alguien tan versátil como Chick, en cuya discografía encuentras fusión con el rock, vanguardia rayana en el free, aires flamencos, latin-jazz, coqueteos con el progresivo, standards clásicos, improvisaciones a piano solo, dúos con vibrafonistas o cantantes y hasta interpretaciones de Mozart. Nada se le resiste al payo Corea, de quien en breve hablaré más largo y tendido.
Herbie Hancock sería la pata que falta para completar este banco de las mezcolanzas musicales, y es imposible hacerse una idea de lo que es la mixtura del jazz con el rock sin haberles escuchado ¿Todavía no lo habéis hecho? Absténganse los puristas. 

martes, 28 de mayo de 2019

La banda sonora que nunca existió



La expresión ‘alinearse los planetas’ suele usarse para definir hechos insólitos o que se producen cada mucho tiempo ya que, al parecer y vaya por delante no soy un experto en astronomía, en nuestro sistema solar es prácticamente imposible que se de esa circunstancia.
Trasladado al arte, asombra pensar que en el mismo espacio-tiempo pudiesen coincidir en Argentina esos genios llamados Les Luthiers, en el Reino Unido los Monty Phyton, o en EEUU los Marx, y estos últimos en una misma familia.
En el pop se suele recurrir sistemáticamente a The Beatles como ejemplo de concurrencia de talentos en un mismo momento y lugar, pero se olvida a bandas como los 10cc. 
Cuenta la leyenda que eligieron su nombre por  tratarse del doble del volumen medio que el sexo masculino es capaz de eyacular en una sola tirada. Puede que no sea cierto, pero tiene su gracia. Lo incuestionable es que sus miembros sí que estaban musicalmente bastante por encima de la media.
Cuatro británicos, Kevin Godley, Lol Creme, Graham Goldman y Eric Stewart, los dos primeros más atrevidos y el otro tándem más amantes de la melodía y sin miedo a la comercialidad. Juntos formaron un ente tan perfecto que es inexplicable que, hoy en día, casi nadie hable de ellos.
Analizando su discografía se descubren de inmediato sus fortalezas: multi-instrumentistas que intercambian papeles sin despeinarse, fabulosos cantantes con voces que empastan a la perfección, compositores imaginativos y, a la vez, gamberros en sus letras o incluso en los títulos de sus discos. Su obra más conocida, The Original Soundtrack (1975), no era la banda sonora de ningún film, y su segundo long play, Sheet music (1974), podría traducirse como partitura o como ‘música de mierda’, según se pronuncie.
Esa inexistente BSO incluyó sus dos temas más legendarios: la mini-suite Une nuit a Paris -  dicen que pudo inspirar levemente a Mercury para su famosa rapsodia publicada poco después - y la atípica balada I´m not in love. En esta, exprimiendo los medios técnicos de la época, inventaron un rudimentario sintetizador de voces. Un servidor, por cierto, la ha interpretado mil veces en un arreglo jazzístico que hacíamos con el Diego Cruz Quartet.
Sus dos miembros más audaces abandonaron el barco formando el dúo Godley & Creme, y justo en esa época tardía, ya con los más melódicos al mando, los conocí yo con el infravalorado Bloody Tourists (1978), una obra que comenzaba con el reggae más divertido que he escuchado en mi vida, Dreadlock Holiday. Parafraseando una de sus estrofas, podría afirmar que no me gustan los 10cc, los amo. 

martes, 21 de mayo de 2019

Para hacerles un monumento


Analizando la situación del jazz en nuestro país llego siempre a dos conclusiones: Una, que la formación y técnica de los músicos es cada vez más perfecta y depurada, al mismo nivel que en otras partes del mundo. Y la otra, que sigue siendo casi imposible vivir de ese estilo en España.
Pero lo que realmente sorprende, cuando buceas un poco en la historia, es que el jazz cuajase en esta tierra nuestra y sobre todo en el momento en que lo hizo.
En la España de los 40, con la guerra mundial a punto de terminar y nuestro particular dictador jaleando a los nazis, todo lo que llegaba por aquí con cierto olor a jazz era catalogado directamente como creado por el diablo. Aquí se escuchaba copla y flamenco, pues era de todos sabido que esa era la música que agradaba a dios. Con los boleros de Machín algo de swing se colaba, pero bajo la voz de Don Antonio no escocía demasiado.
En ese caldo de cultivo fue poco menos que milagroso que surgiese una figura como Tete Montoliú en Cataluña, por mucho que allí estuviesen culturalmente algo más avanzados. La afición de sus padres por la música y su curiosidad tendrían algo que ver, y sorprende que ya en los cincuenta el mismísimo Lionel Hampton lo invitase a grabar con él.
A su vez, el joven navarro Pedro Iturralde giraba por media Europa, enriqueciendo su lenguaje de una forma que hubiese resultado imposible sin traspasar nuestras fronteras.
Ambos dos, junto a otros históricos como Juan Carlos Calderón – el de las canciones de Mocedades y tantas otras – Vlady Bas, Joe Moro o Pepe Nieto, comenzaron a encontrarse en el Whisky Jazz, en noches del Madrid de los cincuenta que uno imagina repletas de humo, alcohol y bellas mujeres – Ava Gardner era una habitual – y allí se curtieron en largas jam sessions acompañando a figuras como Gerry Mulligan, Hampton Hawes, Donald Byrd o Carmen McRae. Algo después un quinceañero Jorge Pardo ya se colaba a hurtadillas en el local, donde no podía quedarse a veces por no poder pagar su consumición.
Con ese espanto llamado Eurovisión aún en la retina, y la reciente vergüenza ajena al comprobar cómo el pseudo-jurado de La Voz no reconocía a Jose María Guzmán cantando la mítica Señora Azul, estoy seguro de que a estos enormes músicos, que han forjado la historia de nuestra música con mayúsculas, tampoco les reconocerían ni premiarían.
Mucho se habla sobre retirar ciertas estatuas de otros tiempos, pero nadie propone erigir otras que las sustituyan que rindan honor a los músicos que elevaron el nivel cultural de nuestro país del tal forma que, hoy en día, se nos considera importantes.

martes, 14 de mayo de 2019

Billy ya no es tan niño



‘Hay un hombre sentado al piano….’ que se nos ha hecho mayor. La pasada semana Billy Joel rebasó su séptima década y, aunque hace mucho que no copa las listas de éxitos, aún sigue  llenando estadios con sus conciertos.
Nunca he entendido porqué uno de los grandes de la música norteamericana no ha tenido calado en nuestro país, donde la mayoría de los españoles solo reconocen su existencia cuando mencionas la versión que de su primer éxito, Piano man, interpretó AnaBelén en los ochenta, cuya letra comenzaba como este artículo.
Los que me conocéis sabéis que para mí si tiene un significado especial. No dedicas todo un proyecto musical a alguien que no te parezca, cuando menos, un genio.
Y es que algo singular debe tener ese tipo bajito de ojos saltones con aire de boxeador italiano para haber parido algunas de las melodías más legendarias de la música pop. El propio Billy recuerda no haber estado muy seguro de enfocar su vida a la música – durante sus inicios se arrastró por los mismos bares de mala muerte que describe en su celebérrima canción – hasta el día en que canturreando en el piano del hall de un hotel descubrió a dos súper modelos mirándolo con ojos golosones. Decidió que había elegido la profesión correcta y acabó casándose con una de ellas.
Celebraré su onomástica recomendando solo un disco, mi favorito: Turnstiles. Su declaración de amor a Nueva York, ahora considerada casi la más importante ciudad del mundo pero que en 1976 se encontraba en franca decadencia y al borde de la quiebra. En ese momento Billy, harto del sol de California decide Say goodbye to Hollywood –canción inspirada en la Motown, la música de su infancia - y retornar a su hogar.
Ahí podréis encontrar algunas de sus grandes obras maestras. Sus conciertos desde entonces – y los míos en su homenaje, por cierto – comienzan con Angry Young man, uno de sus temas más grandiosos, dedicado a los jóvenes ejecutivos cabreados y nerviosos que quieren comerse el mundo. La delicadeza acústica de James – dedicada a Jim Bosse, su amigo de adolescencia y quien me puso a mí en contacto con el maestro – nos deja desarmados. La futurista Miami 2017 (Seen The Lights Go Out On Broadway) narraba la destrucción de NYC y pareció algo apocalíptica en su momento, pero tristemente recobró vigencia tras el 11S.
Pero si hay un tema que representa como ninguno ese homenaje es New York state of mind. Con el permiso de Sinatra, el más grande tributo a la ciudad que nunca duerme.Para mí, la mejor forma de felicitarlo es dejarse envolver por esa maravillosa canción. Hagámosla sonar una vez más.

martes, 7 de mayo de 2019

Poco ruido y mucha música


Hay músicos que pasan de puntillas por la vida. Los melómanos los conocemos desde siempre, nos encanta su trabajo pero, quizá por su bajo perfil mediático, casi nunca están presentes al nombrar a nuestros favoritos. Lamentablemente a veces es la muerte la que, de sopetón, nos pone por delante a alguien que desata un torbellino de recuerdos y, paradójicamente, empiezas a echar de menos al que casi no mencionabas hasta el día anterior. Hace un par de semanas falleció Dave Samuel, y sé que muchos pensareis ‘pues ya lo siento, pero no tengo el gusto’.
A mediados de los 80 mi amigo Paco Clares compró un par de discos en la errónea creencia de que eran de rock. Pertenecían a Spyro Gyra, una banda que practicaba algo llamado smooth jazz y nosotros, para ser sinceros, aún ni teníamos claro que era el jazz en general. Esos dos discos, Catching the sun y Alternating Currents, se transformaron en mis favoritos de esa banda y ya contaban con un elegante e imaginativo vibrafonista llamado Dave Samuels. El vibráfono no es un instrumento extremadamente popular y, en general, se asocia al aprendizaje y la infancia, porque ¿a quién no le regalaron la versión para peques - el xilófono - en su niñez?. Junto a su hermana de madera, la marimba, son unos instrumentos fascinantes y extremadamente complejos de dominar y que han tenido su mayor desarrollo precisamente en el jazz. Ahí están grandes como Lionel Hampton, Cal Tjader, Gary Burton o Bobby Hutcherson. Pero a mí me enganchó el sonido cristalino de Samuels. En el 91, cuando los festivales de jazz de Almería eran de verdad internacionales, pude verlo con los Spyro en el Teatro Cervantes. Fuera de la banda matriz su carrera fue fructífera y de calidad, decantándose claramente por lo latino y caribeño, con discos en solitario como el delicioso Del sol, colaboraciones con artistas que van desde Frank Zappa a Pat Metheny y, sobre todo, sus interesantes trabajos con el Caribean Jazz Project , iniciados junto a Paquito D´Rivera
Tuvo que ser otro enorme músico el que hizo que lo reencontrase de nuevo en un escenario. Ocurrió en el 2012 durante la presentación del Huellas de Jorge Pardo, disco en el que Samuels había colaborado, sumándose como invitado especial en la gira posterior. Acudí a ese concierto algo despistado respecto a los músicos que acompañaban a Jorge y mi alegría fue mayúscula al reencontrarme con ese músico tan prudente como exquisito y en un contexto de flamenco fusión donde jamás hubiese esperado topármelo.
Sirvan estas líneas como homenaje a Dave y a todos los músicos discretos que hacen poco ruido y mucha música.

martes, 30 de abril de 2019

Abandonar las fresas


En la historia de la música algunas bandas logran mantener a su equipo inicial hasta el final de sus días, solo truncado por la visita de la dama de la guadaña a alguno de sus miembros o, sencillamente, por la extinción de la sociedad en sí.
Ahí tenemos a The Beatles, The Who o Queen, formaciones en las que es sencillo recitar los nombres de sus miembros principales porque, básicamente, siempre fueron los mismos. 
La banda de la que hablo hoy es un ejemplo de todo lo contrario. The Strawbs se fundó a mediados de los sesenta por un par de chicos del barrio de Strawberry Hill de Londres, Tony Hooper y el único de sus miembros que permanece, Dave Cousins. Su historia ha estado marcada tanto por la excelente música que produjeron como por una triste palabra: deserción.
Me faltaría espacio para nombrarlos, con el ir y venir de instrumentistas que han ido pasando por sus filas. Y algunos de ellos usando a esta banda de culto como trampolín para sus éxitos posteriores en formaciones de más enjundia.
Caso de la cantante Sandy Denny, que tras solo una grabación los abandonó por los míticos – entonces no lo eran tanto – Fairport Convention, e inició una corta pero fructífera carrera como referente del folk rock británico, truncada por un accidente doméstico. 
Superaron esta primera fuga grabando su disco homónimo en el 69, una fascinante joya del folk rock psicodélico. Pero tras su segundo y también estupendo Dragonfly, tomaron ‘las de Villadiego’ su contrabajista y violonchelista dejándolos, paradójicamente, en una grave situación.
En su ayuda acudió un jovencito teclista de sesión llamado Rick Wakeman, y fue en el disco From the witchwood (1971) donde destacó su virtuosismo de tal forma que llamó la atención de los miembros de Yes, banda que en poco tiempo sería referencia del progresivo mundial. ¿Lo adivináis? Se largó con ellos, por supuesto.
En mi disco favorito, Grave new world, militó Blue Weaver como teclista, y no hace mucho en estas mismas líneas contaba la historia de la resurrección de Bee Gees y su conversión a la disco-music. No hace falta que diga que Blue también los abandonó para unirse a los hermanos Gibb. Aun así, Cousins – cuya voz muchos confunden con la de Cat Stevens - logró conformar, con los que se quedaban, una carrera interesante que comenzó por el bluegrass, pasó con mucho estilo y elegancia por el folk rock, incursionó con contundencia en el progresivo y se mantiene hasta nuestros días fabricando canciones siempre interesantes. Todo un ejemplo de empresario que tiene fe en su proyecto hasta el final.

martes, 9 de abril de 2019

Tripartito pop


Las diferencias a tres bandas surgen en la mejores familias, no solo en los tripartitos políticos tan frecuentes últimamente. No hay más que rememorar a los tres hermanos Gibb.

Pocos se acordarán, pero los de leonina melena, pecho al descubierto y pantalones ‘apretaos’ hasta el colapso respiratorio, llegaron a separarse cuando aún no habían provocado una de las mayores epidemias del mundo moderno, esa fiebre que, inexplicablemente, aparecía los sábados por la noche.

Y es que cuando les llegó la celebridad, Barry, Robin y Maurice llevaban quince años pateándose el mundo con sus canciones, melosas y románticas casi siempre, pero con interesantes incursiones en el pop psicodélico.

La primera oportunidad llegó en su Australia de adopción, volviendo a la pérfida Albión con experiencia para grabar interesantes obras como First, Horizontal, Idea y Odessa.
A mitad de los 70, espoleados por Arif Mardin, productor apegado al soul, se mudan al 461 Ocean Boulevard de Miami –su amigo Clapton les pasó el numero del casero – y allí, dejándose broncear por el sol sureño, comenzaron a forjar su leyenda como amos de las discotecas.

El plato principal – Main Course  se llamó el disco del cambio – lo sirvieron calentito y con sustanciales novedades. La incorporación del teclista Blue Weaver imprimió personalidad a su sonido, haciéndose más funk y galáctico. Y, de repente, Barry descubrió que era el poseedor del falsete más personal de la historia del pop. No hay más que escuchar la inicial Nights of Broadway para comprobarlo.

¿Y por qué andar siempre penando por amores perdidos si podían incitar a mover el esqueleto hasta el descoyunte colectivo?. Su célebre Jive Talking no engañó a ningún hermano del black power, pero su música les hizo llegar al número uno.

Y sin desatender al mercado caucásico, gotitas de country en Come on over, baladas como Country Lanes o Baby as you turn away  y pop más tradicional, con joyas como Fanny (be tender with my love) o Edge of the universe, que se instalaron en su repertorio de por vida.

Los vientos del cambio explotaron un poco después de la mano del bailón Travolta, en el último repunte de un estilo próximo a su extinción, pero que colocó a los Bee Gees en primera línea, llevándose los honores.

Poco quedaba de esos tres jóvenes de prominentes paletas que aparcaron sus diferencias en pos de la consecución del éxito para transformarse en reyes de la pista. Después los fue marcando la tragedia – hay canciones premonitorias – pero sus melodías de esa época me siguen emocionando como el primer día. Hay tripartitos muy bien aprovechados.


martes, 2 de abril de 2019

Guzmán, el bueno



Allá por el siglo XIII, defendiendo Tarifa, dicen que un tal Guzmán lanzó un cuchillo a los captores de su hijo, retándoles a matarlo antes que entregar esa plaza. No vamos a pedir esas heroicidades a nuestros artistas, incluso aunque se apelliden como ese militar que tanto nos celebraban los libros de la EGB, pero sí que deberíamos reconocerles su valentía en lo musical.
Este Guzmán, cantante y compositor, lleva también toda la vida batallando, pero esgrimiendo como armas la guitarra, su prodigiosa voz y su habilidad como compositor. En su infancia Chaikovski le tocó la fibra, pero cuando The Beatles aparecieron en su vida comprendió que lo suyo iba a ser una de las profesiones más bellas y más exigentes que uno pueda elegir.
Su habilidad instrumental lo colocó en los mejores estudios del Madrid de los 70 y de allí salió el primer trabajo con Solera, donde ya compartió atril con Rodrigo García. En poco tiempo se sumaron otros dos talentos, Adolfo y Cánovas, para parir el que se considera uno de los discos más fundamentales y mágicos de nuestra música pop, Señora Azul. Desde su maravilloso tema homónimo, la deliciosa Solo pienso en ti – no confundir con la posterior de Víctor Manuel - , las jocosas Don Samuel Jazmín o El vividor, la introspectiva y mccartniana Si pudieras ver, la descarada Supremo Director y la atrevida María y Amaranta - extrañamente no censuradas -  si no has escuchado esta producción del legendario Trabucchelli no puedes considerarte completo como melómano.
En su momento no obtuvo grandes ventas y cada uno de los miembros de esta mágica formación tiró por su lado. Guzmán pasó por nuestro cercano Viator haciendo su mili – allí nació su canción Sentado en la cumbre del mundo -, para acabar los 70 con un disco sorprendente y atrevido, El país de la luz, incursionando en el jazz y el prog y del que aún recupera temas en sus conciertos. Con los 80 y la movida llegó su triunfo comercial, creando Cadillac, rara avis en ese contexto, sabían tocar y cantar de forma excelente, algo poco habitual en esos días en los que triunfaban torpes músicos de cierta inventiva pero poca técnica.
Desde entonces, Jose María no ha dejado de tocar, cantar y componer, bien con sus antiguos compañeros de C.R.A.G, bien grabando algunos interesantes discos en solitario –su último, Re (2017), es una delicia -  e, incluso, haciendo algunos jingles televisivos que todos hemos tarareado alguna vez.
Lo tengo claro: yo soy más de héroes musicales que de los provenientes de nuestra historia más casposa así que, en mi opinión, este sí es Guzmán, el bueno.

martes, 26 de marzo de 2019

Y un jamón



















Posiblemente no hay nadie con cierta inquietud musical que no conozca y reconozca los méritos de los ídolos del rock y pop foráneo. En EEUU los Elvis, Dylan, Beach Boys y compañía y en esa isla que tan poco aprecia al resto de europeos sus The Beatles, Stones, The Who y tantos otros. Pero ¿nos preocupamos alguna vez por estar al tanto de quienes fueron nuestros propios pioneros en esto de los amplificadores, las guitarras eléctricas y las baterías que tanto nos gustan?. Ahí puede que fallemos la mayoría y, como mucho, nos conformamos con los primeros rock facilones del Dúo Dinámico o los iníciales pasos del gran Mike Ríos. Pero hay nombres y bandas que han forjado tanto como estos nuestra propia historia del rock y merecen el recuerdo y tanto reconocimiento como sus coetáneos anglosajones o incluso más.
 ¡ Qué narices ¡ Seamos un poquito chauvinistas, que está muy bien admirar lo de fuera pero no a costa de ignorar lo propio.
Hace poco buceé en las carreras previas de los miembros de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán – tres de ellos nos van a visitar en breve - confirmándome lo que estoy contando. Partiendo de Los Íberos – ya dejaban bien claro su origen - que tomaban la senda de bandas británicas como The Kinks, The Left Banke o The Move, con ese gusto por el rock barroco, elegante e inteligente, pasando por unos pioneros de progresivo patrio llamados Franklin, que bebieron del sinfonismo y la psicodelia en unos prematurísimos años setenta. Y hasta llegar a una de las formaciones más interesantes de la historia de nuestro pop, Solera,  banda con un solo disco en toda su carrera que merece ser degustado una y otra vez, sin que deje de sorprender nunca su frescura y originalidad. Mezclando unas armonías vocales dignas de los Crosby, Stills, Nash and Young y con un claro toque de pop orfebre, dejaron joyas hecha canción como aquel Linda prima que aún asombra por su singularidad, o esa bellísima melodía inolvidable que es Calles del viejo París.
Una generación, la de todos ellos, plagada de excelentes músicos y de compositores que hacían verdaderos milagros con pocos medios y muchas notas. Por supuesto soy el primero en deleitarme con cualquier buen disco, venga de donde venga, porque ponerle fronteras a la música es uno de los ejercicios más ridículos que se me ocurren, pero no coloquemos tampoco una barrera a lo que nos es más cercano, ya que dentro de casa se esconden melodías y voces que te van a sorprender tanto o más que las de fuera. Para que me entendáis: que está muy bien comerse una hamburguesa, pero desde hace mucho aquí tenemos muy buen jamón.

martes, 19 de marzo de 2019

El movimiento perfecto



Dicen que el movimiento se demuestra andando, pero en la década de los sesenta y en Inglaterra muchos jóvenes músicos lo hicieron tocando o, más bien, creando música muy original y que desencadenaría poco después drásticos cambios.
Es norma extendida suponer que The Beatles fueron los creadores de muchas tendencias en la música de su década. Una afirmación no del todo correcta porque, si bien es innegable que los cuatro de Liverpool se arriesgaron y adentraron en terrenos desconocidos hasta ese momento para el gran público, y que no se abandonaron a la comodidad que el éxito les había brindado, también es no menos cierto que no fueron ellos los inventores de todas las tendencias de la época y que, en ocasiones, ejercían más bien como esponjas musicales que absorbían con mucho acierto lo que les rodeaba, para después popularizarlo.
De forma que, mientras los escarabajos cargaban las balas de su Revolver, ya un inquieto y extraño músico llamado Roy Wood andaba componiendo también canciones que rompían con los cánones establecidos, aunque apoyándose en las estructuras del pop de la época.
Su banda, The Move, comenzó siendo polémica y transgresora, al publicitar su primer contrato con una fotografía en la que los músicos firmaban sobre la espalda de una guapa modelo en topless – hoy en día a ver quién se atreve a tanto – o apoyando la campaña de uno de sus primeros singles, la deliciosamente psicodélica Flowers in the rain, en una postal que satirizaba de tal forma al primer ministro británico de la época, Harold Wilson, que les costó sus royalties de por vida. Pero todo ello no empañaba sus aportaciones innovadoras, siendo pioneros en la incorporación de melodías provenientes de la clásica y en el uso de los cuartetos de cuerda integrados en una banda de rock, que ya aparecen en temas como Night of fear o The girl outside.
En mi juventud ya escuché a esta original banda, y mi asombro fue mayúsculo al comprobar que llevaba oyendo desde mi más tierna infancia, en manos de la orquesta de un tal Enrico Simonetti, uno de sus éxitos más sonados, el melancólico Blackberry way, escondido en uno de los discos de la colección de mi padre.
No encuentro un ejemplo mejor que el de los chicos de The Move para explicar que es una banda de culto y sus requisitos básicos: ser tan ignorados por el público como influyentes para formaciones posteriores.  En el tablero de ajedrez de la historia musical, el siguiente movimiento de su líder fue, indudablemente, el más acertado: convertirse en la Electric Light Orchestra. Lo que se dice una jugada maestra.

martes, 12 de marzo de 2019

Entrevista a Ricardo Hernández (Editor y redactor Jefe en Subterránea Radio)



Uno de los motores necesarios para aprender cualquier materia es considerarse siempre un aprendiz en modo permanente “

Fue abducido en su juventud por un estilo musical fascinante que ha marcado su vida. Vinculado siempre al mundo de la música como técnico de sonido, comisario de exposiciones, crítico y divulgador, este apasionado historiador y melómano visita Almería con su recién editado libro "Rock progresivo para novatos”, una didáctica y divertida obra que presentará este viernes 15 de marzo a las 19:00 horas en la Librería Picasso.


- Para empezar, Ricardo  ¿qué es el rock progresivo?
Un estilo musical que surge al fusionar el rock, en cualquiera de sus vertientes y variedades, con otros estilos, que pueden ir desde el sinfónico clásico hasta el pop, pasando por el jazz, el blues, la ópera, la psicodelia, la música electrónica o incluso el folk.
- ¿Que ocurrió entre finales de los 60 y mediados de los 70 para que triunfase a nivel tan masivo?
Se dieron una serie de circunstancias, derivadas de innovaciones tecnológicas de gran aplicación en el entorno musical, unidas a una serie de no menos importantes cambios sociales y culturales, que contribuyeron a alterar no pocos paradigmas.
- ¿En qué tipo de música te consideras un novato y te vendría bien un libro como el tuyo?
En muchos, creo que uno de los motores necesarios para aprender cualquier materia es considerarse siempre un aprendiz en modo permanente. Es muy necesario crear libros que ayuden a conocer y comprender mejor la música de una forma que resulte cercana y amena, en lugar de caer en el habitual exceso de verborrea cultista, que se da con demasiada frecuencia en músicas consideradas como más complejas, como la clásica o el jazz.
- ¿Que asusta tanto del rock progresivo al oyente medio?
No es tanto susto como miedo a lo complejo.  El oyente medio está tan contaminado por la música comercial, pachanguera y facilona, que no tiene el oído acostumbrado a sonidos diferentes, y cuando escuchan una música que se sale de los convencionalismos propios del pop comercial o de las constantes repeticiones de compases 4/4, tienden a intentar escapar en lugar de pararse a escucharlo y tratar de comprenderlo.
- Un solo un disco para alguien que quiere adentrarse en el género y que no salga espantado ¿cual elegirías?
Es una pregunta difícil, porque dependerá mucho de los estilos que más le gusten al oyente, por ello en el libro incluyo un capítulo entero a este asunto, tratando de que cada uno pueda encontrar su guía óptima de entrada al rock progresivo. Yo empezaría por Dark Side of the Moon o Wish You Were Here, de Pink Floyd.
- ¿Tu banda prog favorita? ¿y alguna que te encante, pero alejada de este género?.
Mi banda favorita es Pink Floyd. Con respecto a músicas algo alejadas de estilos progresivos, podría citar a Fleetwood Mac y a varias bandas de música celta, como Cappercaillie, Clannad o Nightnoise. Dentro del rock más duro , Black Sabbath y Judas Priest, aunque no por encima de otras bandas que sí tienen toques más progresivos, como Deep Purple, Rainbow o Uriah Heep.
- Aun siendo experto desde hace años ¿existe alguna banda o artista que se te resiste o te cuesta asimilar?
Si, sobre todo Magma y el estilo que han creado: el Zeuhl. Aunque no se trata de un rechazo frontal, sino simplemente que no encuentro la misma satisfacción escuchando su música como me sucede escuchando otros estilos. Me parece un grupo impactante, y Christian Vander un compositor genial, pero su música no logra emocionarme.
- Hablemos de España, ¿qué bandas practicaron este estilo por aquí?
Hubo muchas, por mencionar algunas citaré a Canarios, Smash, Los Brincos, Maquina!, Tapiman, The Storm, Crack, Ibio, Bloque, Iman, Granada, Triana, Asfalto, Goma, Itoiz, Neuronium y muchas otras.
 Y en la actualidad ¿se hace prog en España?
Hoy en día hay una auténtica explosión de músicos y bandas que realizan música de todos los estilos y subestilos imaginables. Por mencionar algunas: On the Raw, Cheeto’s Magazine, Kant Freud Kafka, Kotebel, Senogul, Amoeba Split, Numen, Ignatius, Toundra, El círculo de Willis, Mind’s Doors, Herba D’Hamelí, El Tubo elástico, Frutería Toñi, Glazz y muchos más.
- Las nuevas generaciones consumen mas iVoox y YouTube que radio y TV convencionales. ¿beneficia a las músicas de más calidad y a propuestas como el podcast Subterranea, del que eres fundador?
Rotundamente sí, las nuevas plataformas de difusión nos permiten llegar a más personas, y se están convirtiendo en un canal de comunicación cada vez más variado, reflejo de la sociedad y sus inquietudes, lejos de los dictados de los monopolios que han controlado el cotarro durante las últimas décadas.
- Por último, un capitulo de tu libro lo titulas, con humor, ‘Como parecer un experto’; en el jazz existe postureo, ¿también en el progresivo?
¡Uf, sí, y mucho!, demasiado, diría yo. Me temo que es un mal asociado a estas parcelas de la cultura, que se encuentran reducidas en su ámbito de conocimiento a sectores de la sociedad más o menos minoritarios. Parece ser que eso hace que algunos se sientan superiores y pretendan dar una imagen falsa de sí mismos.

Cuando el rock encontró al prog


Decía el veterano Ariel Rot en una imaginaria conversación con el gran Sinatra, que ‘al estilo lo llevaron detenido y la elegancia ahora viaja en ambulancia’, lamentándose por la deriva de la música popular hacia derroteros que, hoy en día, podríamos asociar a los ‘triunfitos’ y al ‘reggaetoneo’, pero que lleva décadas atosigando los oídos de los que crecimos con una cierta sensibilidad artística.
A principios de los ochenta un joven técnico de sonido madrileño, Ricardo Hernández ya tuvo que sufrir en sus carnes esa deriva hacia lo hortera y lo banal, esa pérdida de sensibilidad que representaron gran parte de los sonidos que nos invadieron a partir de esos años. El arte musical, en poco tiempo, se había convertido en un frio negocio en el que las decisiones eran tomadas por orondos señores encorbatados y  donde, frente a las corcheas y los acordes, lo primordial era el capital y las listas de éxitos.
Seguro que en esa época, soportando sonorizar a bandas de músicos que apenas sabían tocar su instrumento pero que grababan discos y se hacían de oro, se le reafirmó aún más su pasión por la verdadera buena música, la que finalmente pasa a los libros de historia, donde en la actualidad nombres como Keith Emerson, Rick Wakeman o Roger Waters ya se codean sin rubor alguno con Beethoven o Charlie Parker.
En la música, tan importantes como los creadores son los divulgadores. Son los agentes comerciales de lo artístico. El divulgador no critica sino que focaliza su energía en mostrar las bondades de lo que ama, ignorando aquello que no le provoca satisfacción, pues su objetivo es transmitir a los demás lo que le parece hermoso. Y en ese noble oficio es donde destacan Ricardo y el proyecto Subterranea, del que es fundador.
Las nuevas formas de comunicar están haciendo renacer el gusto por lo radiofónico, con la comodidad que da el sistema de podcasting, y en esa fortaleza se apoyan, desde hace ya nueve años, unos locos aficionados al género del rock progresivo, atesorando tanto entusiasmo como conocimientos y demostrando que, en contra de lo que muchos piensan, el prog nunca murió, y además está en muy buena forma.
Especiales sobre bandas míticas, reseñas sobre discos actuales, descubrimientos de rarezas y, muy importante, buen ambiente mezclado con sentido del humor, es lo que transmiten el Sr. Hernández y sus compañeros de Subterránea Radio. Y, por si faltase algo, acaba de editar un libro en donde se recopilan muchos de estos conocimientos y sensaciones: Rock progresivo para novatos. El próximo viernes se presenta en la Librería Picasso. No me faltéis.