martes, 23 de marzo de 2021

Nos han robado Abril

 


Podríais pensar que intento obviar el próximo mes antes de que llegue, pero los que aman la música sabrán que me refiero a nos acaba de dejar uno de los músicos más completos que ha dado nuestro país, Antón García Abril. Al contrario que su tocaya de apellido, que hace poco ‘daba la nota’ con su negacionismo, este maestro de la composición se caracterizó por hablar con cordura a través de su música.

Creo que mi primer contacto con su obra, siendo un niño, fue la sintonía de Los camioneros, serie de inicios de los 70 con un jovencísimo Sancho Gracia y en ella ya demostraba una inigualable habilidad para realzar las imágenes con su música.

Pero García Abril ya llevaba años realizando trabajos tan dispares como la partitura del documental Franco, ese hombre, o sus incursiones en el cine de género como el western rodado en Almería Adiós, Texas -con otro Franco muy distinto como protagonista-, o la tenebrosa música del film que aterrorizó mi infancia, La noche de Walpurgis.

De esa época son sus composiciones para grandes comedias, casi siempre de la mano de Pedro Lazaga. Se le atribuye la popularización aquí del divertido estilo ‘dabadaba’ y no hay mejor ejemplo que un clásico de nuestro cine de barrio, Sor Citroën, al que guardo especial cariño por haber sido la primera película que vi en una TV en color. En esas bandas sonoras también mostraba su admiración por la bossa-nova y se dejó influir por el pop yeyé de la época.

A pesar de llevar tiempo componiendo obras para grandes orquestas, e incluso alguna ópera, obtuvo el reconocimiento gracias a su amigo Félix, participando en una obra maestra de nuestro audiovisual patrio: El hombre y la tierra. Aunque realizó cientos de composiciones para todos los capítulos de la serie, ya solo la sintonía principal justifica una carrera.

En los ochenta volvió a taladrar nuestra memoria colectiva con Fortunata y Jacinta, Ramón y Cajal o la maravillosa Anillos de oro, que no hubiesen sido las mismas sin sus melancólicas sintonías.

Os invito a descubrir su obra orquestal, con piezas como Hemeroscopium o algunas de sus sonatas, de entre su inmensa producción. Dediquemos a Antón García el próximo abril.

martes, 9 de marzo de 2021

Unidos por el metal

 



El amor fraternal es una cosa y que dos hermanos puedan trabajar juntos otra muy diferente. No obstante, el mundo artístico ha dado ejemplos de que puede suceder con más o menos atino. Ahí tenemos a los incombustibles Hermanos Calatrava, que llevan tanto tiempo juntos que es imposible distinguir al feo del guapo. O los hermanos más famosos de nuestro pop, los Cano, constructores de una leyenda musical en nuestro país a pesar de llevarse regular.

Pero yo hoy os voy a hablar de dos ‘hermanos en jazz’ bastante desconocidos para el gran público, pero a los que todos habéis escuchado al menos una vez en la vida. Me refiero a Randy y Michael, los hermanos Brecker.

Con una trompeta y un saxo, respectivamente, esta pareja de geniales sopladores se paseó por la música durante décadas dejando su impronta en los discos más variados y sorprendentes. Pocos saben que su aplomo como sección de metales galvanizó aquel mítico Born to Run de un entonces joven Springsteen, dieron empaque a algunos temas del Blue Moves del Elton John de los setenta, aportaron un maravilloso toque jazzy a discos de Paul Simon o incluso de Beatles como Lennon o Ringo. Y todos reconoceréis la famosa melodía creada por Mark Knopfler para la película Local Hero, pero pocos sabríais que el inconfundible saxo que la interpreta estaba empuñado por Michael Brecker.

Mal estaría no recordar que ambos, además de curtirse con luminarias del jazz como Horace Silver, formaron en los setenta una banda con la que dejaban clara su consanguinidad, los Brecker Brothers. Con ellos revolucionaron el jazz-funk y casi rozaron la disco-music. En los ochenta, el pequeño Michael – por quien tengo especial debilidad - co-fundó otra banda fundamental para entender la fusión: Steps Ahead, mientras que su hermano Randy seguía participando en cientos de proyectos interesantes.

En mi primera visita al festival de Vitoria creí tener la oportunidad de ver a Michael en directo, pero los primeros avisos de la leucemia que se lo llevó por delante dieron al traste con mi ilusión. Su hermano Randy, a su avanzada edad, sigue apareciendo de cuando en cuando, manteniendo siempre muy alto el legado de estos dos hermanos unidos por el metal.

martes, 2 de marzo de 2021

El descubrimiento de la luz eléctrica



Hay descubrimientos que se producen sin avisar y casi por casualidad, y el álbum Discovery de la Electric Light Orchestra tiene mucho que ver con esto.

Su líder, Jeff Lynne, descubrió y disfrutó la música de baile en esa época, a finales de los setenta. También tuvo la revelación, como antes los Beatles, de no necesitar actuar en directo para pasarlo bien. Y, para desgracia de su violinista y dos violonchelistas, también se encontró con opciones orquestales diversas que le permitieron mandarlos a la cola del paro.

Por mi parte, gracias a todos esos hallazgos ajenos, me sumergí en la música de una banda que ocuparía muchas horas en mi adolescencia, dándome enormes satisfacciones. Disfruté mil y una veces de los bailones temas de ese trabajo, como su inicial single Shine a Little Love, que me aprendí de memoria de tanto pincharlo, aquel Last Train to London que hoy en día sigue sonando en todas las emisoras, así como la pegadiza y algo simplona Confusion, con la que no termino de reconciliarme.

Pero también descubrí la mejor forma de conseguir la cercanía del sexo opuesto –con consentimiento expreso, por supuesto, no sea la retroactividad de la Ley Montero llegue hasta la EGB- con dos de mis baladas favoritas, Need her love y Midnight Blue, que me permitieron reducir al mínimo el espacio entre chico-chica en esos años de guateques en garajes.

Pero no todo ese disco estuvo enfocado a las pistas de baile –lentas o rápidas- porque en él hay espacio para temas algo estrafalarios, como The Diary of Horace Wimp, o joyitas ocultas como On The Run o Wishing. Y lo terminaron con un riff rocanrolero marca de la casa ‘eléctrica’, Don´t Bring Me Down, capaz de derribar a cualquiera a pesar de cantar lo contrario.

Muchos años después me enteré de que el título de aquel mítico disco en realidad provenía de la combinación de dos palabras con las que su teclista, Richard Tandy, describía el ambiente general de la grabación, realizada en el cuartel general alemán del mayor discotequero de la historia: Giorgio Moroder. Todo aquello era ‘very disco’, y acabaron dándole la vuelta. ¡¡¡Menudo descubrimiento, ¿no?!!!