martes, 23 de febrero de 2021

Sobrevolando Inglaterra

 


Ser el menor de los hermanos puede tener ventajas e inconvenientes, pero desempeñar un rol similar en la banda de rock más importante de la historia debió causar a un jovencito George Harrison motivos para ir a terapia al menos dos veces por semana. Tuvo que luchar duro, tímidamente al principio, de forma más enérgica después, para que le dejasen mostrar su talento, algo complicado enfrentándose a dos tipos que sacaban de su chistera una obra maestra tras otra casi sin pestañear. 

Tras la traumática separación de la banda, para colmo, llegó la personal, viendo a su mujer caer en brazos de su mejor amigo, un tal Eric Clapton. Las acusaciones de plagio por uno de sus mayores éxitos —My Sweet Lord— también amargaron la década de los setenta al benjamín de los Beatles, pero no le impidieron seguir grabando música. 

Mi primer contacto con el Harrison post-beatles fue la deliciosa Blow Away, single que aún conservo como oro en paño, pero uno de mis discos favoritos es Somewhere In England (1981), también rodeado de polémica. Su propio sello vetó la publicación de algunos temas por, según ellos, estar alejados de las modas del momento. Eso le inspiró Blood From a Clone, canción inicial en la que exhibe su repugnancia por la industria discográfica. Al final acabó editando un trabajo digno, interesante y atemporal. Sin abandonar su habitual faceta espiritual, reflejada en las deliciosas Life Itself y Writing's On The Wall, también mostró interés por «standards» como Baltimore Oriole y Hong Kong Blues, piezas de Hoagy Carmichael, el compositor del famosísimo Georgia on my mind. Pero lo más recordado de ese trabajo es la nostálgica All Those Years Ago. Era para Ringo pero, incapaz de cantarla, obligó a George asumirla. En su letra evoca recuerdos felices en The Beatles, tal vez influido por la reciente desaparición de Lennon. Por si faltaban alicientes, grabándola se re-encontraron en el estudio los tres Fab Four supervivientes.  

La historia ya ha colocado a George en el lugar que merece, pero su carrera en solitario sigue siendo injustamente desconocida. Para empezar a remediarlo os invito a recuperar aquella colección de canciones escritas desde algún lugar de Inglaterra


martes, 16 de febrero de 2021

Uno de los nuestros


No soy un fulano con la lágrima fácil, parafraseando al más famoso pirata de Úbeda, pero hace unos días se me encogió un poquito el alma cuando un buen amigo y gran melómano, Carlos Romeo, dejó un escueto pero contundente mensaje en mi whatsapp: “Ha fallecido Chick Corea”. Tendí a pensar, dados los tiempos que corren, que se trataba del bulo del día en un mundo tan asquerosamente falso que parece que no salgamos del 28 de diciembre en todo el año.

Pero se confirmó la triste noticia y no pude por menos que, desde mi sofá y mientras hacía como que veía algo en la tele, recordar como ese pequeño gran hombre, que comparte nombre con mi hermano Armando, había marcado mi vida desde la adolescencia. Casi gasté de tanto pincharlo My Spanish Heart, su particular homenaje a una música –el flamenco- que le cautivó desde su descubrimiento. Sus obras de los setenta, más cercanas al rock – Romantic Warrior, The Mad Hatter, No Mystery, etc -, me animaron a profundizar en una música a la que cuesta llegar pero de la que es imposible salir. Y entonces descubrí al Corea poliédrico, ese pianista que no dudaba en atacar el más puro bop parkeriano, adentrarse en experimentos free, interpretar a Mozart o juntarse con el mejor guitarrista flamenco de la historia para hacer música celestial, con tanto swing como duende.

Recuerdo mis nervios en la segunda o tercera fila del Teatro Cervantes en 1990, esperando a verlo en directo por primera vez con su contundente Elektric Band. O, años después, un reencuentro en otro lugar mítico, Mendizorroza (Vitoria), lugar soñado para los aficionados, en la presentación de su proyecto Touchstone con nuestro querido Jorge Pardo. Lo que no imaginé en julio de 2019 es que el coso taurino de mi tierra iba a ser el último escenario donde yo pudiese presenciar su magia a los teclados.

Como me ocurrió en su día con Bowie –que diferentes, pero que similares-, siento una tremenda ausencia en el arte desde que se ha marchado. Me consta que se estaba gestando su candidatura al Princesa de Asturias. ¿Podía alguien merecerlo más que aquel que, sin ser español, ha interpretado tantas veces por todo el mundo un tema llamado Spain?


martes, 9 de febrero de 2021

Liderando águilas

 


Parece mentira que sigamos a vueltas con la igualdad entre sexos, pero aún me llama más la atención que continúen esos comportamientos en países tan supuestamente avanzados como los EEUU, donde ya en el pasado siglo muchas artistas sufrieron discriminación por el solo hecho de formar parte del mal llamado sexo débil. Una de ellas, mi protagonista de hoy, la excelente cantante Linda Ronstadt.

De jovencita dejó su casa en Tucson, Arizona -como el Jojo de Get Back-, y emigró a donde todo se cocía en el mundo del rock del fin de los sesenta: California. Y en pleno corazón del progresismo y la modernidad tuvo que soportar críticas por ser solo intérprete y no compositora cuando nadie se quejaba sobre esa misma condición aplicada a un Elvis o un Sinatra. Sumémosle lo duro que resultaba liderar una banda de rock siendo mujer y manejar con mano dura y tacto a la vez a sus músicos, algunos tan machotes que no veían con buenos ojos tener jefa. Hasta con el público tuvo problemas, que la confundían a veces con una groupie.

Aun así, tras probar en trio con los Stone Poneys, inició su carrera como líder acompañada por los que después fundarían la banda Eagles. Ya por esa época colaboró con una de las grandes del jazz, Carla Bley, en su mítico Escalator Over The Hill (1970), una de las pocas óperas jazz de la historia.

Su mayor virtud fue transformar e incluso mejorar temas de grandes compositores. Por su garganta desfilaron versiones de Randy Newman con Bet No One Ever Hurt So Bad, Neil Young y su precioso Birds o Carole King con la deliciosa Will You Love Me Tomorrow, esta última en Silk Purse, un disco de una belleza inversamente proporcional a su portada, en la que aparece una angelical y sonriente Linda posando junto a unos cerdos en su pocilga. No sé si la cosa iba con segundas. Su gran éxito llegó mediando los setenta con You´re No Good, un tranquilo funk con aires al Philadelphia Sound, que sigue siendo un referente en una carrera impecable en la que ha entonado desde standards a rancheras. Hace poco abandonó los escenarios por un Parkinson avanzado que no la deja cantar. Que eso no nos prive del placer de escuchar a esta pionera en el mundo del rock femenino.