martes, 28 de mayo de 2019

La banda sonora que nunca existió



La expresión ‘alinearse los planetas’ suele usarse para definir hechos insólitos o que se producen cada mucho tiempo ya que, al parecer y vaya por delante no soy un experto en astronomía, en nuestro sistema solar es prácticamente imposible que se de esa circunstancia.
Trasladado al arte, asombra pensar que en el mismo espacio-tiempo pudiesen coincidir en Argentina esos genios llamados Les Luthiers, en el Reino Unido los Monty Phyton, o en EEUU los Marx, y estos últimos en una misma familia.
En el pop se suele recurrir sistemáticamente a The Beatles como ejemplo de concurrencia de talentos en un mismo momento y lugar, pero se olvida a bandas como los 10cc. 
Cuenta la leyenda que eligieron su nombre por  tratarse del doble del volumen medio que el sexo masculino es capaz de eyacular en una sola tirada. Puede que no sea cierto, pero tiene su gracia. Lo incuestionable es que sus miembros sí que estaban musicalmente bastante por encima de la media.
Cuatro británicos, Kevin Godley, Lol Creme, Graham Goldman y Eric Stewart, los dos primeros más atrevidos y el otro tándem más amantes de la melodía y sin miedo a la comercialidad. Juntos formaron un ente tan perfecto que es inexplicable que, hoy en día, casi nadie hable de ellos.
Analizando su discografía se descubren de inmediato sus fortalezas: multi-instrumentistas que intercambian papeles sin despeinarse, fabulosos cantantes con voces que empastan a la perfección, compositores imaginativos y, a la vez, gamberros en sus letras o incluso en los títulos de sus discos. Su obra más conocida, The Original Soundtrack (1975), no era la banda sonora de ningún film, y su segundo long play, Sheet music (1974), podría traducirse como partitura o como ‘música de mierda’, según se pronuncie.
Esa inexistente BSO incluyó sus dos temas más legendarios: la mini-suite Une nuit a Paris -  dicen que pudo inspirar levemente a Mercury para su famosa rapsodia publicada poco después - y la atípica balada I´m not in love. En esta, exprimiendo los medios técnicos de la época, inventaron un rudimentario sintetizador de voces. Un servidor, por cierto, la ha interpretado mil veces en un arreglo jazzístico que hacíamos con el Diego Cruz Quartet.
Sus dos miembros más audaces abandonaron el barco formando el dúo Godley & Creme, y justo en esa época tardía, ya con los más melódicos al mando, los conocí yo con el infravalorado Bloody Tourists (1978), una obra que comenzaba con el reggae más divertido que he escuchado en mi vida, Dreadlock Holiday. Parafraseando una de sus estrofas, podría afirmar que no me gustan los 10cc, los amo. 

martes, 21 de mayo de 2019

Para hacerles un monumento


Analizando la situación del jazz en nuestro país llego siempre a dos conclusiones: Una, que la formación y técnica de los músicos es cada vez más perfecta y depurada, al mismo nivel que en otras partes del mundo. Y la otra, que sigue siendo casi imposible vivir de ese estilo en España.
Pero lo que realmente sorprende, cuando buceas un poco en la historia, es que el jazz cuajase en esta tierra nuestra y sobre todo en el momento en que lo hizo.
En la España de los 40, con la guerra mundial a punto de terminar y nuestro particular dictador jaleando a los nazis, todo lo que llegaba por aquí con cierto olor a jazz era catalogado directamente como creado por el diablo. Aquí se escuchaba copla y flamenco, pues era de todos sabido que esa era la música que agradaba a dios. Con los boleros de Machín algo de swing se colaba, pero bajo la voz de Don Antonio no escocía demasiado.
En ese caldo de cultivo fue poco menos que milagroso que surgiese una figura como Tete Montoliú en Cataluña, por mucho que allí estuviesen culturalmente algo más avanzados. La afición de sus padres por la música y su curiosidad tendrían algo que ver, y sorprende que ya en los cincuenta el mismísimo Lionel Hampton lo invitase a grabar con él.
A su vez, el joven navarro Pedro Iturralde giraba por media Europa, enriqueciendo su lenguaje de una forma que hubiese resultado imposible sin traspasar nuestras fronteras.
Ambos dos, junto a otros históricos como Juan Carlos Calderón – el de las canciones de Mocedades y tantas otras – Vlady Bas, Joe Moro o Pepe Nieto, comenzaron a encontrarse en el Whisky Jazz, en noches del Madrid de los cincuenta que uno imagina repletas de humo, alcohol y bellas mujeres – Ava Gardner era una habitual – y allí se curtieron en largas jam sessions acompañando a figuras como Gerry Mulligan, Hampton Hawes, Donald Byrd o Carmen McRae. Algo después un quinceañero Jorge Pardo ya se colaba a hurtadillas en el local, donde no podía quedarse a veces por no poder pagar su consumición.
Con ese espanto llamado Eurovisión aún en la retina, y la reciente vergüenza ajena al comprobar cómo el pseudo-jurado de La Voz no reconocía a Jose María Guzmán cantando la mítica Señora Azul, estoy seguro de que a estos enormes músicos, que han forjado la historia de nuestra música con mayúsculas, tampoco les reconocerían ni premiarían.
Mucho se habla sobre retirar ciertas estatuas de otros tiempos, pero nadie propone erigir otras que las sustituyan que rindan honor a los músicos que elevaron el nivel cultural de nuestro país del tal forma que, hoy en día, se nos considera importantes.

martes, 14 de mayo de 2019

Billy ya no es tan niño



‘Hay un hombre sentado al piano….’ que se nos ha hecho mayor. La pasada semana Billy Joel rebasó su séptima década y, aunque hace mucho que no copa las listas de éxitos, aún sigue  llenando estadios con sus conciertos.
Nunca he entendido porqué uno de los grandes de la música norteamericana no ha tenido calado en nuestro país, donde la mayoría de los españoles solo reconocen su existencia cuando mencionas la versión que de su primer éxito, Piano man, interpretó AnaBelén en los ochenta, cuya letra comenzaba como este artículo.
Los que me conocéis sabéis que para mí si tiene un significado especial. No dedicas todo un proyecto musical a alguien que no te parezca, cuando menos, un genio.
Y es que algo singular debe tener ese tipo bajito de ojos saltones con aire de boxeador italiano para haber parido algunas de las melodías más legendarias de la música pop. El propio Billy recuerda no haber estado muy seguro de enfocar su vida a la música – durante sus inicios se arrastró por los mismos bares de mala muerte que describe en su celebérrima canción – hasta el día en que canturreando en el piano del hall de un hotel descubrió a dos súper modelos mirándolo con ojos golosones. Decidió que había elegido la profesión correcta y acabó casándose con una de ellas.
Celebraré su onomástica recomendando solo un disco, mi favorito: Turnstiles. Su declaración de amor a Nueva York, ahora considerada casi la más importante ciudad del mundo pero que en 1976 se encontraba en franca decadencia y al borde de la quiebra. En ese momento Billy, harto del sol de California decide Say goodbye to Hollywood –canción inspirada en la Motown, la música de su infancia - y retornar a su hogar.
Ahí podréis encontrar algunas de sus grandes obras maestras. Sus conciertos desde entonces – y los míos en su homenaje, por cierto – comienzan con Angry Young man, uno de sus temas más grandiosos, dedicado a los jóvenes ejecutivos cabreados y nerviosos que quieren comerse el mundo. La delicadeza acústica de James – dedicada a Jim Bosse, su amigo de adolescencia y quien me puso a mí en contacto con el maestro – nos deja desarmados. La futurista Miami 2017 (Seen The Lights Go Out On Broadway) narraba la destrucción de NYC y pareció algo apocalíptica en su momento, pero tristemente recobró vigencia tras el 11S.
Pero si hay un tema que representa como ninguno ese homenaje es New York state of mind. Con el permiso de Sinatra, el más grande tributo a la ciudad que nunca duerme.Para mí, la mejor forma de felicitarlo es dejarse envolver por esa maravillosa canción. Hagámosla sonar una vez más.

martes, 7 de mayo de 2019

Poco ruido y mucha música


Hay músicos que pasan de puntillas por la vida. Los melómanos los conocemos desde siempre, nos encanta su trabajo pero, quizá por su bajo perfil mediático, casi nunca están presentes al nombrar a nuestros favoritos. Lamentablemente a veces es la muerte la que, de sopetón, nos pone por delante a alguien que desata un torbellino de recuerdos y, paradójicamente, empiezas a echar de menos al que casi no mencionabas hasta el día anterior. Hace un par de semanas falleció Dave Samuel, y sé que muchos pensareis ‘pues ya lo siento, pero no tengo el gusto’.
A mediados de los 80 mi amigo Paco Clares compró un par de discos en la errónea creencia de que eran de rock. Pertenecían a Spyro Gyra, una banda que practicaba algo llamado smooth jazz y nosotros, para ser sinceros, aún ni teníamos claro que era el jazz en general. Esos dos discos, Catching the sun y Alternating Currents, se transformaron en mis favoritos de esa banda y ya contaban con un elegante e imaginativo vibrafonista llamado Dave Samuels. El vibráfono no es un instrumento extremadamente popular y, en general, se asocia al aprendizaje y la infancia, porque ¿a quién no le regalaron la versión para peques - el xilófono - en su niñez?. Junto a su hermana de madera, la marimba, son unos instrumentos fascinantes y extremadamente complejos de dominar y que han tenido su mayor desarrollo precisamente en el jazz. Ahí están grandes como Lionel Hampton, Cal Tjader, Gary Burton o Bobby Hutcherson. Pero a mí me enganchó el sonido cristalino de Samuels. En el 91, cuando los festivales de jazz de Almería eran de verdad internacionales, pude verlo con los Spyro en el Teatro Cervantes. Fuera de la banda matriz su carrera fue fructífera y de calidad, decantándose claramente por lo latino y caribeño, con discos en solitario como el delicioso Del sol, colaboraciones con artistas que van desde Frank Zappa a Pat Metheny y, sobre todo, sus interesantes trabajos con el Caribean Jazz Project , iniciados junto a Paquito D´Rivera
Tuvo que ser otro enorme músico el que hizo que lo reencontrase de nuevo en un escenario. Ocurrió en el 2012 durante la presentación del Huellas de Jorge Pardo, disco en el que Samuels había colaborado, sumándose como invitado especial en la gira posterior. Acudí a ese concierto algo despistado respecto a los músicos que acompañaban a Jorge y mi alegría fue mayúscula al reencontrarme con ese músico tan prudente como exquisito y en un contexto de flamenco fusión donde jamás hubiese esperado topármelo.
Sirvan estas líneas como homenaje a Dave y a todos los músicos discretos que hacen poco ruido y mucha música.