Durante mi época de estudiante en el conservatorio me
recomendaron un curioso disco, Baroque music
on authentic instruments, editado por Hungaroton,
única discográfica existente en Hungría durante muchos años, que he recuperado
mientras escribo estas líneas.
Reconozco mi desconocimiento sobre la música antigua y renacentista, pero siempre me ha resultado enormemente atractiva. Escucho un madrigal, un romance, el sonido de laudes o vihuelas y de inmediato me transporto a elegantes salones, bellas damas, bailes galantes e intrigas palaciegas. Aunque a nivel social aborrecería retroceder a esas épocas – por mucho que algunos últimamente parezcan añorarlas – por la música sí que me dejo atrapar. Y no hace mucho ha caído en mis manos la obra de un guitarrista algecireño, Francisco Valdivia, que ha conseguido ese efecto. Bebiendo de su especialidad en estas músicas y mezclando sabiamente con otra de sus pasiones, el progresivo de los setenta, ha grabado dos joyas llenas de magia, sensibilidad y buen gusto: El tiempo del sol y La sombra de la luna. Ambas gozan de una excelente factura técnica y son un ejemplo de cómo un elaboradísimo trabajo artesano puede dar un resultado muy profesional.
Reconozco mi desconocimiento sobre la música antigua y renacentista, pero siempre me ha resultado enormemente atractiva. Escucho un madrigal, un romance, el sonido de laudes o vihuelas y de inmediato me transporto a elegantes salones, bellas damas, bailes galantes e intrigas palaciegas. Aunque a nivel social aborrecería retroceder a esas épocas – por mucho que algunos últimamente parezcan añorarlas – por la música sí que me dejo atrapar. Y no hace mucho ha caído en mis manos la obra de un guitarrista algecireño, Francisco Valdivia, que ha conseguido ese efecto. Bebiendo de su especialidad en estas músicas y mezclando sabiamente con otra de sus pasiones, el progresivo de los setenta, ha grabado dos joyas llenas de magia, sensibilidad y buen gusto: El tiempo del sol y La sombra de la luna. Ambas gozan de una excelente factura técnica y son un ejemplo de cómo un elaboradísimo trabajo artesano puede dar un resultado muy profesional.
Sus influencias son innumerables, reconociendo el autor haber
escuchado en su juventud hasta la saciedad a bandas legendarias como Jethro Tull o Pink Floyd, antes de zambullirse en la música del renacimiento. Al escucharlo, percibo que sus dedos
se deslizan suavemente por las guitarras oscilando entre los encantamientos
acústicos del primer guitarrista de Genesis
y los más experimentales sonidos eléctricos del segundo. Así, temas como Nubes de luz o El tiempo del sol podrían haber formado parte del set acústico del
mítico A trick of the tail , otros
como Ceres nos acercan al space rock,
la bellísima Las aguas de la reina del
verano es puro Ant Phillips y su
Historia del príncipe y los sapos azules
podía estar incluida en cualquiera de los trabajos en solitario de Steve Hackett.
Crucial también la aportación vocal, tanto del propio autor
como de su colaborador Pepe Miñarro,
alguien capaz de enamorarnos con una voz que puede cantar a Monteverdi o a Bach para después formar parte de un proyecto tan especial como este, al que además también aporta sus
habilidades pictóricas.
Es evidente que, si se trata de música, no solo no
importa sino que es recomendable dar idas y venidas al pasado mezclándolo
sabiamente con el presente, sobre todo si los resultados del experimento son
obras como estas. Para otras cosas, miremos mejor al futuro