martes, 27 de noviembre de 2018

Tres por cuatro = Gómez


Lo conocí con quince años y ya daba vértigo verlo tocar la guitarra. Se estrenó inoculando funk al 25 de diciembre en Guitarra de Navidad y no ha parado desde entonces, con temas originales en el fantástico Aires de Mar, demostrando que coplas y pasodobles casan a la perfección con el jazz en Alcalá Street o sin dejar títere con cabeza en el séptimo arte, de Morricone a Williams, en Lights, camera, versión.
Antonio Gómez es almeriense por los cuatro costados pero cada vez más universal. De técnica exquisita y fraseo impecable hasta en sus momentos más vertiginosos, le adivinamos ecos de Knopfler, filtrados por Metheny, con un profundo conocimiento de clásicos como Django, Montgomery o Benson. Pero, a estas alturas, ya con su propio y genuino estilo.
Nos presenta nuevo disco, un nuevo reto. Tras años de carrera  acumulando un buen número de composiciones en ternario, se percató de una norma no escrita que impide incluir más de un tema o dos en cada concierto si van en compás de 3/4, no existiendo esa cortapisa en el aceptado 4/4. Y se propuso un objetivo matemáticamente perfecto: agrupar en un mismo trabajo doce temas en esa métrica. Si sois de EGB – por el resto no pongo la mano en el fuego – os saldrá la multiplicación. Jugando con patrones rítmicos diferentes consigue que el oyente se deje llevar por la originalidad de sus composiciones y que, al terminar la escucha de este ‘3x4’, – a la venta el próximo 29 de noviembre – hayamos olvidado esa teórica uniformidad en la medida.
Encontraremos aires funk en el inicial Two Jack Lake o El mirador del castillo, baladas mágicas como Trasluz o Porvenir, divertidos experimentos rítmicos en ¿Por qué te vals? o Despierto, medios tiempos methenianos muy ‘smooth’ dentro de Vital Alarm y La espera, o aires flamencos en Pa Jorge. A buen seguro sus dos retoños están detrás de la Nana para un sueño, el bellísimo tema a piano y guitarra que cierra el disco.
Le acompañan en este rítmico viaje su más antiguo colaborador, el sólido Joan Massana al bajo, el ceutí David León, impecable tras los tambores y el gaditano Juan Galiardo, magnifico improvisador, en las teclas. Como invitados de lujo, el bopper granadino Antonio González al saxo y el maestro Jorge Pardo en la flauta, en el tema que le rinde homenaje.
En resumen, un trabajo que nos devuelve al Antonio Gómez compositor en su estado más puro, grabado prácticamente en directo, sin retoques y que nos deja claro que en el compás de 3/4 hay vida más allá de los valses de Strauss. Vamos, que yo el próximo Concierto de Año Nuevo lo sustituyo por este disco

martes, 13 de noviembre de 2018

Música o ventriloquia



No hace mucho tiempo un sujeto, que se autodenomina músico, opinaba en los medios de comunicación que el playback era la mejor solución para mostrar un trabajo discográfico. Su argumentación reside, atentos a la sandez, en que es mucha la inversión de una grabación para después sonar fatal haciendo un directo. No ha tenido en cuenta este payaso que si un músico lo es de verdad, suena bien en un escenario hasta tocando una botella de anís del mono. La música nació para ser interpretada en directo, frente a ese respetable que es quien mantiene el arte. Lo de este gañan es una estafa equiparable a la de esos políticos que dormitan o juegan al Candy Crush en el congreso: Mala gente. Vividores.
Todo esto viene al caso, por contraposición, para hablaros de músicos con mayúsculas. Como la nonagenaria Sheila Jordan, que ya en los 50 se codeaba con Charlie Parker y el otro día se plantaba en el escenario de Clasijazz, solo con su voz y Cameron Brown al contrabajo, ambos más que suficientes para llenar esa sala y para colmar el alma de cualquiera con sensibilidad.
Se abría así el Ciclo Internacional de Jazz de Otoño, organizado por esta asociación de nuestra ciudad, que suple un poco la ausencia de un festival de jazz que murió hace un par de años por falta de apoyo de nuestras instituciones. Cosa que no ha ocurrido – y lo digo con sana envidia – en nuestras vecinas Málaga y Granada, por ejemplo.
Y de la veteranía de la cantante norteamericana viajamos a la juventud de su compatriota George Burton, pianista que justo anoche desgranó también allí su propuesta post hard bop y experimental. Un quinteto neoyorquino de enorme calidad que presentaba su interesante disco The Truth Of What I Am.
Y esta noche, para finalizar el ciclo, el pianista alemán Pablo Held, aterrizará con una propuesta más intimista, en formación de trío y con el apoyo del gran Jorge Rossi al vibráfono.
Todos ellos son músicos de carne y hueso que se dejan la piel en los escenarios del mundo y la vida en los aeropuertos con el loable objetivo de compartir EN DIRECTO su música con nosotros. En este caso es jazz, pero otras también puede ser clásica, pop o rock. Da lo mismo. La autenticidad reside en el trabajo y la pasión que le ponen al mostrar sus propuestas.
Por cierto, el sujeto al que hago referencia al inicio – me niego a nombrarlo, evitando así que su nombre manche este texto junto al de los verdaderos y grandes músicos que si cito - recaló por nuestra ciudad hace unos días con su esperpéntica banda dentro de, esta vez sí, la programación cultural oficial de nuestro ayuntamiento. ¿No es terrorífico?

martes, 6 de noviembre de 2018

El hábito no hace al monje



Un elegante traje no hace al artista y un claro ejemplo lo tenemos en los últimos años del mítico trompetista Miles Davis.
A finales de los 70 y durante casi un lustro, Miles se mantuvo recluido cual ermitaño, consumiendo drogas y alcohol en cantidades que tumbarían a un elefante
. Y, a ratos,  dedicado también a la única afición que superaba su interés por la música: las mujeres.
De esa oscura temporada deja reflejo un reciente ‘bio pic’ llamado Miles Ahead (2015). Pero a mí sus obras me interesan más y he dedicado algún tiempo estas semanas a revisar las posteriores a su resurrección.
Al igual que Bowie, bautizado como el camaleón del rock, y desde antes que el glamoroso británico, Miles siempre encabezó cambios y mutaciones en el jazz. Por tanto, su vuelta no defraudó en ese sentido. Los ortodoxos, como siempre, estuvieron prestos al rasgado pertinente de vestiduras.
Y es que algún iluso pudo pensar que volvía para retomar el bop, el cool o el jazz-rock casi free que él contribuyó a crear a finales de los 60, pero el viejo zorro de Miles se calzó unas enormes gafas de sol, se embutió en las prendas mas estrafalarias que pudo encontrar – y en los ochenta del pasado siglo era difícil destacar por ese motivo – y se lanzó de lleno a mezclar el funk-rock con el dance y la electrónica, usando cajas de ritmos y los más novedosos sintetizadores.
En su primer disco tras el regreso, The man with the horn (1981), ya anunció cambios, pero fue con las siguientes grabaciones, Decoy (1984), You´re under arrest (1985) y, sobre todo, Tutu (1986) con las que dio la campanada.
En definitiva, encauzó su nueva visión del jazz hacia lo que en ese momento se cocía en el mundo de la música. Se le acusó de vendido a lo comercial, pero estamos hablando de Miles Davis quien, para empezar se supo rodear de algunos de los mejores músicos del momento: John Scofield, Marcus Miller, Robert Irving III, Bill Evans o Darryl  Jones. Y para seguir, sus composiciones y su trompeta, más lírica y cristalina que nunca, mantenían la calidad y originalidad, aunque adaptándose a los días en que lo digital mató a la estrella analógica.
Haced la prueba y pinchad cualquier disco de pop de mediados de los 80 y, a continuación, un tema como Tutu o Full Nelson. El abismo es tan enorme como el que producen los garabatos de un niño frente al Guernica de Picasso.
De no haber sucumbido poco después a una hemorragia cerebral no sabemos que mas podía habernos deparado ese gurú de la trompeta, el hombre que demostró que la elegancia no estriba en el traje que llevas puesto.