martes, 25 de junio de 2019

Cuarenta mariposas para Pablo

Que el trío Pieris porte el nombre de una mariposa proviene del propósito de asociarse a algo bello que conecte norte y sur, y mientras observaba las manos de Marco Mezquida deslizarse por las teclas del magnífico Shimmel de Clasijazz pensé que no había nada más parecido al leve vuelo de ese lepidóptero. Cada aleteo produce tal cantidad de belleza que si algún asistente al concierto hubiese padecido el síndrome de Stendhal, lo sacamos de allí con los pies por delante. Porque hay momentos en los que un instrumento parece haber sido creado con el propósito de que caiga en las manos de un determinado artista y Mezquida nació para el piano. Su combinación de depuradísima técnica, desbordante imaginación, exquisito gusto y una capacidad de innovación constante constata que la música sigue su camino escogiendo a sus propios renovadores.
Los daneses Jesper Boldisen al contrabajo  y Martin Maretti Andersen en la batería no quedan a la zaga, dando réplica a sus diabluras pianísticas y haciendo de cada composición una nueva aventura. 
Me preguntaba mi amiga Ana al día siguiente que cual era el estilo de jazz que interpretaban y no supe contestarle. Su música trasciende de etiquetas y se convierte en una suerte de mágico desarrollo de melodías, armonías y ritmos aprovechando cualquier cultura o lugar.
Sucedió un jueves cualquiera y presentaban el disco homónimo del que yo desconocía todo. Me vanaglorio de ir preparado a los conciertos, pero hay ocasiones en las que acudir con los oídos vírgenes tiene sus ventajas.
Me atrapó esa bellísima Hidden Beauty de Bodilsen que dio paso a Florencia, original de Mezquida, inspirado y lleno de matices donde el juego con la dinámica, el cruce de ritmos y las bellísimas melodías entretejidas describen al mediterráneo. Me encandiló Joy, emocionante oda de Marco a su abuela que me recordó a aquellos country del mejor Jarrett. O el clásico de Agustín Lara, Piensa en mí, con un tratamiento exquisito de bolero swingueado. Y, siguiendo la tradición de otro superdotado en lo de homenajear a los de Liverpool, llegó el delicado Love de Lennon, arrancando con la calma del original para ir transformándose en un tsunami musical.
Con la ranchera Que nadie sepa mi sufrir como breve bis completaron un set de ensueño que cualquier músico querría poder poseer y abordar. El suave aleteo de una mariposa se habría podido escuchar en el momento final, cuando los tres posaban suavemente las manos sobre sus instrumentos y daban por finalizado un concierto regalado a un Pablo Mazuecos que no había soñado entrar de esa forma en la cuarentena. 

martes, 18 de junio de 2019

Lo que necesitas es amor

Cuando contaba con solo doce años compré un disco llamado A single man, que acababa de editar un aparentemente elegante caballero – si nos fijamos en la portada – llamado Elton John. Recuerdo aún los esfuerzos por hacerle distinguir a mi abuela Eloísa, fan declarada del tigre de Gales, que ‘El Tom Jones’ de mi disco era otro. Entonces, escuchando Part-time love o Madness no podía imaginarme que brotaban de una mente tan genial como atormentada. Rápidamente me hice fan irredento de ese pequeño y extravagante personaje cuyo nombre real es Reginald Dwight y en pocos años, uno a uno, adquirí todos sus fabulosos trabajos de los 70.

El pasado fin de semana disfruté y me emocioné con Rocketman, el biopic en forma de musical que nos cuenta su azarosa vida. Conocía detalles de su biografía pero no es lo mismo leerlos que reencontrarse con el personaje y viajar con él, con la ayuda de las geniales letras de su socio Bernie Taupin, el 50% de uno de los tándem compositivos más perfectos de la historia del rock y el único que en esa época lo apreció sinceramente. 
Para el gran público Elton es ese personaje histriónico del inicio del film disfrazado de diablo rojo y rogando con la mirada la misma cantidad de cariño que de cocaína. Bajo esa cabeza portadora de sombreros mas estrafalarios que los de su propia reina se esconde una de las mentes musicalmente más perfectas que conozco.
Hoy no es momento de glosar sus grandes discos - de algunos ya os he hablado y de otros hablaré – sino de recomendaros la película. Más de uno os sorprenderéis de cuantas melodías reconocéis y no os preocupéis por la cronología de las mismas porque, de forma tremendamente hábil, están colocadas en el momento en que las letras se adaptan mejor a los sucesos de su vida. Por eso, por ejemplo, una relativamente reciente I want love suena durante su niñez, época en la que comenzaron sus carencias afectivas.
El aprendizaje, la constatación de su homosexualidad, su ascensión, sus múltiples adicciones, un intento de suicidio, la negación de su condición – llegando a casarse con una mujer, Renate Blauel, boda que recuerdo haber leído en un Diez Minutos de la época –, y su posterior renacimiento con Too low for zero, el disco que le devolvió la vida y a su medio-hermano Bernie, todo ello está relatado en una película que no ahorra detalles escabrosos. Si a Elton no le importa contarlos, a mi tampoco que aparezcan. 
El  ’hombre-cohete’ debería ocupar, en mi opinión, un puesto mucho más alto del que ostenta en el Olimpo de los dioses del rock. Id a ver la película pero, por favor, escuchad sus discos.


miércoles, 12 de junio de 2019

Arturo Sandoval: Vuelo hacia la libertad

Arturo Sandoval volvió a pisar el Maestro Padilla el pasado domingo, dejando claro por qué se le considera el heredero más directo de Dizzy Gillespie.


Un profesor de Einstein escribió sobre él: ‘este chico no llegará nunca a ninguna parte’. A Verdi no le aceptaron en la Escuela de Música de Milán por no colocar correctamente las manos sobre el piano. Son dos anécdotas sobre el  poco tino de algunos ‘expertos’ que hoy en día serían, sin lugar a dudas, jurado de algún concurso musical televisivo. 
La historia de Arturo Sandoval comenzó de forma similar. Siendo un niño en su Artemisa natal, su primer profesor lo mandó a casa espetándole: ‘Deja la trompeta y deja la música, porque no es lo tuyo’.  Superando el desánimo, agarró el instrumento con fuerza y sopló hasta que le sangraron los labios. No sabemos si ese nefasto pedagogo pudo comprobar mas tarde de qué forma tan espectacular se había equivocado, pero el ahora veterano trompetista reconoce haber pensado siempre en él.
En su juventud despuntó en la Orquesta Cubana de Música Moderna, y la inquietud de sus miembros– entre ellos Chucho Valdes o Paquito D´Rivera – y su pasión por el be bop les llevó a fundar Irakere. Salió al mundo para constatar que en su país se había derrocado a un sátrapa para colocar a otro. Su pasión era el jazz, pero allí no estaba bien vista la música del enemigo imperialista. En una visita a la isla de su héroe, Gillespie, se le ofrece como cicerone y acaba asombrando al maestro con su arte, que en poco tiempo le invita a unirse a la Big Band de la ONU. Algunos años después sigue los pasos de su amigo Paquito y vuela hacia la libertad, titulando así su primer trabajo grabado en los EEUU. Esta es la figura que el pasado domingo volvió a pisar nuestro auditorio. Ya estuvo aquí en noviembre de 2008, cuando aún disfrutábamos de un Festival Internacional de Jazz.
Comenzó la Clasijazz Big Band Swing and Funk con una acelerada versión del standard de Ellington Prelude to a kiss, haciendo su aparición el saxofonista malagueño Enrique Oliver. El clásico The gentle rain de Luis Bonfa, introdujo al maestro David Pastor, cuya trompeta vibró ya al alto nivel que la tarde prometía.
Pero la entrada del maestro Sandoval al escenario fue lo que hizo que el volumen y la entrega de los jóvenes – y no tan jóvenes – miembros de la banda se multiplicase al ritmo del Funky Cha cha, junto a otros dos invitados de excepción, Cristian Rodríguez en percusión y timbales y el trompetista venezolano Yturbides Vilchez.
Me sorprendió que alguien nacido en Cuba y residente en California se mostrase quejoso del calor almeriense pero, sobreponiéndose a la puntual avería en la refrigeración, se desprendió de su chaqueta, empuñó con fuerza su trompeta y se lanzó al espectacular Algo bueno (Woody and me). 
No muchos conocen su pasión por el piano. Lamentó que su familia, siguiendo las costumbres de la época, le negasen la formación en un ‘instrumento para señoritas’. Demostrando que también se sobrepuso a eso, ofreció una inspirada improvisación sentado al gran cola. Mientras la banda interpretaba Stella by Starlight, se tomó un descanso para volver a empuñar la trompeta y soplar la eterna melodía del Body and soul. La escuché de primeras en Reunión (1991), su reencuentro con D´Rivera, y fue mágico disfrutarla en directo. Tras el lirismo, decidió recordar el score de Los reyes del mambo, otro de sus primeros trabajos para el mercado gringo, y con Mambo caliente y ese saborcillo a Pérez Prado nos hizo desear ser buenos bailarines. El concierto no podía finalizar sin el homenaje directo a su maestro y mentor, Dizzy Gillespie, y con renovados arreglos llegó la descarga de A night in Tunisia.
A la mañana siguiente, durante su masterclass en Clasijazz, pude ver al Sandoval menos estrella, más humilde y cercano. Me quedo uno de sus consejos: Mas importante que el talento es la dedicación plena a lo que amas. Como reza el título de la película sobre su vida, For love or country, Arturo tuvo que decidir entre un país que prohibía la forma de arte que más amaba o su pasión y consagración a la música. Triunfó el jazz.


martes, 4 de junio de 2019

Tiempos de con-fusión

Los ortodoxos, en general, no traen nada bueno. En la religión son los más intransigentes y en la política ya vemos en lo que desemboca eso de la pureza de las razas. En la música, aún sin ser tan peligrosos, nunca me han parecido recomendables. Y no debieron pasarlo nada bien los defensores de la integridad estilística a inicios de los setenta del pasado siglo. El rock movía el mundo, grandes estadios, sonido atronador, guitarras eléctricas a tope de distorsión y los primeros sintetizadores. Por si eso fuera poco, sumémosle fama, dinero, drogas y sexo. Un reclamo sumamente potente para algunos músicos que, aun siendo muy jóvenes, se habían curtido en el jazz.
Entre seguir acompañando a veteranas glorias en pequeños clubs o subirse al carro de la modernidad, la electrónica y, porque no decirlo, las limusinas y hoteles de lujo, no dudaron demasiado.
Miles Davis, viejo zorro ya en esa época, les enseñó casi todo poco antes, pero cuando se emanciparon comenzaron a cambiar la historia de jazz. 
El primero que se electrificó fue el británico John McLauglin. Iluminado, como tantos otros en esa época, por el hinduismo y re-bautizado Mahavishnu, llamo así a su banda con la que asombró a propios y extraños con una mezcla de casi hard rock con virtuosismo jazzístico y algo de psicodelia oriental. 
Otros dos aventajados de la vanguardia, Joe Zawinul y Wayne Shorter, emprendieron otro de los proyectos clave en la fusión, con un nombre que suena a final de telediario: Weather Report. Juntos facturaron una discografía impresionante, donde los envolventes y orquestales teclados del primero y el electrizante saxo del segundo llevaban la batuta.
Chick Corea fue quizás el más tardío, pero el más mediático. Con una increíble versatilidad, comenzó dándole a lo latino – lo llevaba en la sangre – y brasileño, pero cuando subió el volumen, sus Return to Forever eléctricos eran capaces de levantarte del asiento. Difícil encontrar en esta música alguien tan versátil como Chick, en cuya discografía encuentras fusión con el rock, vanguardia rayana en el free, aires flamencos, latin-jazz, coqueteos con el progresivo, standards clásicos, improvisaciones a piano solo, dúos con vibrafonistas o cantantes y hasta interpretaciones de Mozart. Nada se le resiste al payo Corea, de quien en breve hablaré más largo y tendido.
Herbie Hancock sería la pata que falta para completar este banco de las mezcolanzas musicales, y es imposible hacerse una idea de lo que es la mixtura del jazz con el rock sin haberles escuchado ¿Todavía no lo habéis hecho? Absténganse los puristas.