Los daneses Jesper Boldisen al contrabajo y Martin Maretti Andersen en la batería no quedan a la zaga, dando réplica a sus diabluras pianísticas y haciendo de cada composición una nueva aventura.
Me preguntaba mi amiga Ana al día siguiente que cual era el estilo de jazz que interpretaban y no supe contestarle. Su música trasciende de etiquetas y se convierte en una suerte de mágico desarrollo de melodías, armonías y ritmos aprovechando cualquier cultura o lugar.
Sucedió un jueves cualquiera y presentaban el disco homónimo del que yo desconocía todo. Me vanaglorio de ir preparado a los conciertos, pero hay ocasiones en las que acudir con los oídos vírgenes tiene sus ventajas.
Me atrapó esa bellísima Hidden Beauty de Bodilsen que dio paso a Florencia, original de Mezquida, inspirado y lleno de matices donde el juego con la dinámica, el cruce de ritmos y las bellísimas melodías entretejidas describen al mediterráneo. Me encandiló Joy, emocionante oda de Marco a su abuela que me recordó a aquellos country del mejor Jarrett. O el clásico de Agustín Lara, Piensa en mí, con un tratamiento exquisito de bolero swingueado. Y, siguiendo la tradición de otro superdotado en lo de homenajear a los de Liverpool, llegó el delicado Love de Lennon, arrancando con la calma del original para ir transformándose en un tsunami musical.
Con la ranchera Que nadie sepa mi sufrir como breve bis completaron un set de ensueño que cualquier músico querría poder poseer y abordar. El suave aleteo de una mariposa se habría podido escuchar en el momento final, cuando los tres posaban suavemente las manos sobre sus instrumentos y daban por finalizado un concierto regalado a un Pablo Mazuecos que no había soñado entrar de esa forma en la cuarentena.
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