Más de una vez habrán escuchado la típica expresión ‘música de ascensor’, en un tono del más absoluto desprecio hacia
canciones que, para suerte o desgracia de los autores, alguna que otra empresa
usa para amenizar esos embarazosos minutos en los que varios desconocidos
comparten esos pequeños espacios cerrados en los que nos introducimos
voluntariamente a diario con tal de ahorrarnos unos cuantos escalones.
Por extensión se usa la frase para denominar cualquier obra musical que nos
parezca del todo prescindible; esas melodías que, por su carácter edulcorante o
sencillamente soporífero, hacen que uno tienda a detestarlas desde el piso
primero. También se suelen usar con frecuencia en cierto género
cinematográfico, pero en ese tema no voy a entrar hoy.
Yo imagino que Richard Clayderman
cerraba los ojos y visualizaba grandes superficies, ascensores exteriores espectaculares
y otros espacios donde su música se iba a engrandecer. Asimismo, aquella época
en que la New Age llegó a su máximo
esplendor - por los noventa - dio pábulo a toda una ristra de ¿artistas? que
eran capaces de grabar discos como rosquillas, cada uno dedicado a un solo
acorde y sus variantes, embellecidos por unos bonitos efectos cósmicos. ¡¡Al
ascensor con ellos!! Lo triste es que en el mismo saco se tiende a incluir
músicas tan diferentes como lo sería un huevo de una castaña, y me indigna un
poco que en esa categoría haya quienes también incluyan a bandas con una
calidad e imaginación a años luz del "chico de melenita rubia y piano
inmaculado".
Hablo de formaciones como Yellowjackets,
unos norteamericanos que comenzaron siendo la banda de acompañamiento del
también estupendo guitarrista Robben
Ford, pero que, con los años, se han convertido en un referente de la
fusión del jazz con otras músicas. Cierto es que en sus inicios coquetearon con
la comercialidad - tampoco eso es un pecado – encuadrándose en eso que los
americanos llaman el ‘smooth jazz’ y
mezclando la electrónica con el funk y el rythm´n´blues, en discos como sus
iniciales Mirage a Trois o Samurai Samba. Pero conforme su carrera
fue avanzando, dejaron claro en joyas como Politics
o The spin que eran unos músicos tan virtuosos
como imaginativos, y que habían llegado para dejar huella.
El otro día, mientras me deleitaba con ellos en las ondas pensaba que si,
de cara a los muy puristas - entre los que no me incluyo - , los de las
chaquetas amarillas hacen música de ascensor, un servidor de buena gana se reencarnaría
en el Cantinflas de Sube y baja para trabajar en el Burj
Khalifa de Dubai y repasarme con deleite su discografía.