martes, 14 de agosto de 2018

Competencia desleal


Hace poco leía en la prensa que un ex-cargo de la CIA pedía paciencia a Europa frente las payasadas de Donald Trump y se me vino a la cabeza el oficio de bufón, asociado sobre todo al medievo y encargado de entretener a los poderosos de cada época.
Quizás por tener ese cometido tan ingrato es un personaje que siempre ha escondido otra cara, asociada al sufrimiento y la pena. Y con las lágrimas de un bufón sobre un pergamino comenzó una de las bandas más legendarias del rock progresivo de los ochenta del pasado siglo y, por cierto y como curiosidad, precursores del crowfunding musical: Marillion
Acortando su nombre para evitar litigios con los herederos de Tolkien, estos británicos debutaron con una obra maravillosa -  que a mí me cazó en plena adolescencia - , en la que combinaban de forma fascinante lo heredado de sus mayores - Genesis, Yes o Crimson – con un sonido más duro y actualizado, y una letras cercanas a la crudeza de los tiempos que vivían, en contraposición con las temáticas mas fantasiosas de los antes citados.
Su cantante y letrista, Derek William Dick, un gigantón escocés que adoptó el pseudónimo de Fish, era el encargado de elaborar e interpretar esa poesía urbana en la que mezclaba referencias a drogas, alcoholismo, suicidios adolescentes, amores problemáticos o prostitución juvenil. La voz ‘a capella’ que inicia Script for a jester's tear y el mágico piano que la seguía de inmediato consiguieron que no dudase un instante en dejar mis ahorros en ese vinilo antes de que nadie más se hiciese con él.
Después vinieron otras joyas, como Fugazi - término referido a los marines que perdían su cordura en Vietnam - o su obra magna, Misplaced childhood, donde el cantante de escamoso apodo realizaba un lisérgico retroceso a su infancia y adolescencia y que contenía los dos únicos temas realmente exitosos de la banda, Keyleight y Lavender.
Fish, quemado por las giras, los abusos con el alcohol y con un sobrepeso alarmante, nadó hacia otras aguas dejando solo un disco más con la banda, igual de bueno que los anteriores. Sus compañeros decidieron continuar con nueva voz y otra historia musical, interesante pero diferente. Yo me quedo con los discos cantados por este hombretón de voz rasgada que sacudía las conciencias convertido en un moderno juglar.
Lo curioso de estos tiempos, como decía al principio, es que algunos poderosos de la política - nacional e internacional - ya no necesitan bufón: son ellos mismos los que se encargan de hacer las payasadas. Otro oficio más a extinguir, me temo, en este caso por competencia desleal.

martes, 7 de agosto de 2018

Mis veranos con Donna

Es paradójico y sorprendente que casi al unísono apareciesen dos géneros musicales tan dispares y contrapuestos como el punk y la música disco. Del primero hablaré otro día, pero en estas fechas, quizás por los sudores que provee el calendario, suele apetecerme darme una buena ducha de disco-music. Y si hay una artista que represente este estilo es la gran Donna Summer.
No estaba en su mente convertirse en la primera dama del amor, ya que comenzó su carrera en los musicales y la música melódica. Pero unos avispados productores, Georgio Moroder y Pete Bellotte, transformaron a esa jovencita de color y algo rellenita en una diosa de ébano que hizo suspirar a varias generaciones. En su éxito inicial, aparte de su fabulosa voz, mucho tuvo que ver su sensualidad ya que, tras ser convocada a grabar unos eróticos gemidos destinados al disco de otro artista, la experiencia acabó convirtiéndose en su primer éxito, inundando las discotecas alemanas primero, las europeas más tarde y todo el mundo poco después con su tórrida Love to love you baby.
Sin hacerle demasiada gracia el encasillamiento en el género disco-sexual, no le quedó otra que explotarlo hasta que estuvo mejor posicionada, y sus siguientes discos, A love trilogy y Four seasons of love continuaron tan plagados de momentos de éxtasis vocal que los críticos de la época bromeaban calculando el numero de orgasmos a los que podía llegar la Summer en cada grabación.
Se deshizo del sambenito de ´gemidora oficial' en su precioso disco I remember yesterday, obra maestra del genero discotequero donde, con la ayuda del omnipresente Moroder, transitaba por diferentes estilos musicales, algunos muy jazzisticos, para terminar con otro referente del género, la galáctica y electrónica I feel love, todo un tratado de cómo hacer música de baile de calidad.
Finalizando los setenta y con el género enfilando su declive apareció en 'Por fin ya es viernes' -  film solo aprovechable por su banda sonora -, publicó un directo maravilloso, Live and More, y cerró década con otro gran disco, Bad Girls, que contenía el fabuloso Hot stuff, que algunos piensan se compuso mucho después, pues volvió al número uno años más tarde tras su inclusión en aquella divertida escena de la cola del paro en Full Monty.
Nunca volvió a alcanzar las cotas de popularidad de esta época, pero yo lo achaco a que la música de baile cambió para irse simplificando y vulgarizando a marchas forzadas. Ahora escucho los artificiales temas que fabrica gente como el afamado David Guetta y es cuando más echo de menos aquellos maravillosos veranos con Donna.