martes, 13 de abril de 2021

El rincón de mis Salteños

 


Me paso la vida recordando a músicos de todas partes del mundo y a veces esos árboles me impiden ver el bosque de los más cercanos. En Almería tenemos grandes artistas y no todos se apellidan Escobar o Bisbal, ni aparecen en recientes programas de la televisión. Hace algunos años tres jóvenes llamados Manolo, Pilar y Polo, con unos pocos escarceos cantores previos, decidieron formar una de las bandas más originales e interesantes que ha dado nuestra tierra: Salteños. Su propuesta era sencilla y, a la vez, complicada: darnos a conocer el folklore latinoamericano en años en los que no resultaba fácil descubrir esa música, y aún más complejo aprenderla e interpretarla con instrumentos originales como la quena, el siku, el charango o el bombo legüero.

Contaron con la importante baza de su talento, tanto instrumental como realizando unos juegos de voces tan perfectos que superaban a sus inspiradores, bandas como Illapu o Inti-Illimani. Me contaba no hace mucho Manolo Salas que, tras escucharlos, algunos oriundos de esas tierras se les acercaban a preguntar de qué parte de Latinoamérica provenían.

Para la historia quedan Contracorriente (1991) y Desde el sur (1993) con las melodías que en los ochenta les escuchábamos en directo, como el alegre Candombe para José, la pícara El cascabel, con sus dobles sentidos o el impresionante alarde ‘a capela’ en Estrella de luna nueva. Incluso nos descubrieron, con El día de los grones, a un joven Fito Páez. Y nunca faltó en sus recitales la emocionante interpretación que Pilar Barceló realizaba de la mítica y triste Alfonsina y el mar.

Continúan en la actualidad dirigidos por uno de sus fundadores, pero permitid que mi corazoncito rememore aquellos Salteños con los que disfruté algunas noches en su propio rincón, mientras soñaba (sin desear ningún mal a su estupendo pianista Leo Filloy) con poder subirme algún día al escenario con ellos. En estos tiempos de tanta impostura y autotune, reivindico su vigencia como ejemplo, porque para hacer buena música es indispensable saber cantar o tocar bien un instrumento. Ni más ni menos.

martes, 6 de abril de 2021

Entrenar en primera

 


Siempre pensamos que los noreuropeos son más avanzados que nosotros, pobres españolitos, pero viendo la serie noruega Home Ground no me queda tan claro. La trama es sencilla: una mujer es contratada por primera vez como entrenadora de un equipo de futbol de la división de honor. No podéis imaginar la que se lía.

Algo así debieron sufrir las pioneras del rock cuando dieron un paso adelante para liderar sus propias bandas. Ahí han quedado JoplinRonstadtBenatar o Debbie Harry, pero casi nadie recuerda a la pequeña Suzi Quatro. Y todas - menos Janis, lógicamente – le deben algo a este diablillo de Detroit.

La vi por primera vez en la portada de un single que me prestó mi vecina Mari Lola; gracias a su hermano mayor ella estaba bien surtida en exquisiteces musicales de las que un mocoso como yo se aprovechó en la preadolescencia. Puede que fuese su primer y sonado éxito, Can the can, o la no menos roquera 48 Crash, temas con los que se convirtió en una diva del glam rock, pero yo quedé prendado por el encanto que desprendía aquella chiquilla de ojos azules enfundada en un mono de cuero negro bien ajustado.

Justo finalizando los setenta su estrella se fue apagando, aunque yo pillé justo el repunte de su dúo con Chris NormanStumblin´ In, una bonita balada que se alejaba del derroche de energía que su minúscula figura representaba en los escenarios, empuñando un enorme bajo eléctrico con tanto descaro como McCartney. Uno de sus últimos hits, Rock Hard, lo escuché mil veces en el 80.

Suzi fue una pionera aunque, desgraciadamente, no pudo ser profeta en su tierra, y acabó consiguiendo sus mayores éxitos en Europa –España incluida- y Australia. Quizá no se ha hablado tanto de ella porque logró zafarse de los típicos daños colaterales del negocio, las drogas y el alcohol. Y puede que por ese mismo motivo a sus setenta años se mantenga en forma y con un disco nuevo en el mercado, The Devil in me, que os aseguro no está nada mal.

Tras ella llegaron cientos de mujeres que dieron un paso adelante en el rock, y se hicieron fuertes, incluso en nuestro país. Sin embargo, décadas después, nos sigue faltando una entrenadora en el Real Madrid o el Barça.

martes, 23 de marzo de 2021

Nos han robado Abril

 


Podríais pensar que intento obviar el próximo mes antes de que llegue, pero los que aman la música sabrán que me refiero a nos acaba de dejar uno de los músicos más completos que ha dado nuestro país, Antón García Abril. Al contrario que su tocaya de apellido, que hace poco ‘daba la nota’ con su negacionismo, este maestro de la composición se caracterizó por hablar con cordura a través de su música.

Creo que mi primer contacto con su obra, siendo un niño, fue la sintonía de Los camioneros, serie de inicios de los 70 con un jovencísimo Sancho Gracia y en ella ya demostraba una inigualable habilidad para realzar las imágenes con su música.

Pero García Abril ya llevaba años realizando trabajos tan dispares como la partitura del documental Franco, ese hombre, o sus incursiones en el cine de género como el western rodado en Almería Adiós, Texas -con otro Franco muy distinto como protagonista-, o la tenebrosa música del film que aterrorizó mi infancia, La noche de Walpurgis.

De esa época son sus composiciones para grandes comedias, casi siempre de la mano de Pedro Lazaga. Se le atribuye la popularización aquí del divertido estilo ‘dabadaba’ y no hay mejor ejemplo que un clásico de nuestro cine de barrio, Sor Citroën, al que guardo especial cariño por haber sido la primera película que vi en una TV en color. En esas bandas sonoras también mostraba su admiración por la bossa-nova y se dejó influir por el pop yeyé de la época.

A pesar de llevar tiempo componiendo obras para grandes orquestas, e incluso alguna ópera, obtuvo el reconocimiento gracias a su amigo Félix, participando en una obra maestra de nuestro audiovisual patrio: El hombre y la tierra. Aunque realizó cientos de composiciones para todos los capítulos de la serie, ya solo la sintonía principal justifica una carrera.

En los ochenta volvió a taladrar nuestra memoria colectiva con Fortunata y Jacinta, Ramón y Cajal o la maravillosa Anillos de oro, que no hubiesen sido las mismas sin sus melancólicas sintonías.

Os invito a descubrir su obra orquestal, con piezas como Hemeroscopium o algunas de sus sonatas, de entre su inmensa producción. Dediquemos a Antón García el próximo abril.

martes, 9 de marzo de 2021

Unidos por el metal

 



El amor fraternal es una cosa y que dos hermanos puedan trabajar juntos otra muy diferente. No obstante, el mundo artístico ha dado ejemplos de que puede suceder con más o menos atino. Ahí tenemos a los incombustibles Hermanos Calatrava, que llevan tanto tiempo juntos que es imposible distinguir al feo del guapo. O los hermanos más famosos de nuestro pop, los Cano, constructores de una leyenda musical en nuestro país a pesar de llevarse regular.

Pero yo hoy os voy a hablar de dos ‘hermanos en jazz’ bastante desconocidos para el gran público, pero a los que todos habéis escuchado al menos una vez en la vida. Me refiero a Randy y Michael, los hermanos Brecker.

Con una trompeta y un saxo, respectivamente, esta pareja de geniales sopladores se paseó por la música durante décadas dejando su impronta en los discos más variados y sorprendentes. Pocos saben que su aplomo como sección de metales galvanizó aquel mítico Born to Run de un entonces joven Springsteen, dieron empaque a algunos temas del Blue Moves del Elton John de los setenta, aportaron un maravilloso toque jazzy a discos de Paul Simon o incluso de Beatles como Lennon o Ringo. Y todos reconoceréis la famosa melodía creada por Mark Knopfler para la película Local Hero, pero pocos sabríais que el inconfundible saxo que la interpreta estaba empuñado por Michael Brecker.

Mal estaría no recordar que ambos, además de curtirse con luminarias del jazz como Horace Silver, formaron en los setenta una banda con la que dejaban clara su consanguinidad, los Brecker Brothers. Con ellos revolucionaron el jazz-funk y casi rozaron la disco-music. En los ochenta, el pequeño Michael – por quien tengo especial debilidad - co-fundó otra banda fundamental para entender la fusión: Steps Ahead, mientras que su hermano Randy seguía participando en cientos de proyectos interesantes.

En mi primera visita al festival de Vitoria creí tener la oportunidad de ver a Michael en directo, pero los primeros avisos de la leucemia que se lo llevó por delante dieron al traste con mi ilusión. Su hermano Randy, a su avanzada edad, sigue apareciendo de cuando en cuando, manteniendo siempre muy alto el legado de estos dos hermanos unidos por el metal.

martes, 2 de marzo de 2021

El descubrimiento de la luz eléctrica



Hay descubrimientos que se producen sin avisar y casi por casualidad, y el álbum Discovery de la Electric Light Orchestra tiene mucho que ver con esto.

Su líder, Jeff Lynne, descubrió y disfrutó la música de baile en esa época, a finales de los setenta. También tuvo la revelación, como antes los Beatles, de no necesitar actuar en directo para pasarlo bien. Y, para desgracia de su violinista y dos violonchelistas, también se encontró con opciones orquestales diversas que le permitieron mandarlos a la cola del paro.

Por mi parte, gracias a todos esos hallazgos ajenos, me sumergí en la música de una banda que ocuparía muchas horas en mi adolescencia, dándome enormes satisfacciones. Disfruté mil y una veces de los bailones temas de ese trabajo, como su inicial single Shine a Little Love, que me aprendí de memoria de tanto pincharlo, aquel Last Train to London que hoy en día sigue sonando en todas las emisoras, así como la pegadiza y algo simplona Confusion, con la que no termino de reconciliarme.

Pero también descubrí la mejor forma de conseguir la cercanía del sexo opuesto –con consentimiento expreso, por supuesto, no sea la retroactividad de la Ley Montero llegue hasta la EGB- con dos de mis baladas favoritas, Need her love y Midnight Blue, que me permitieron reducir al mínimo el espacio entre chico-chica en esos años de guateques en garajes.

Pero no todo ese disco estuvo enfocado a las pistas de baile –lentas o rápidas- porque en él hay espacio para temas algo estrafalarios, como The Diary of Horace Wimp, o joyitas ocultas como On The Run o Wishing. Y lo terminaron con un riff rocanrolero marca de la casa ‘eléctrica’, Don´t Bring Me Down, capaz de derribar a cualquiera a pesar de cantar lo contrario.

Muchos años después me enteré de que el título de aquel mítico disco en realidad provenía de la combinación de dos palabras con las que su teclista, Richard Tandy, describía el ambiente general de la grabación, realizada en el cuartel general alemán del mayor discotequero de la historia: Giorgio Moroder. Todo aquello era ‘very disco’, y acabaron dándole la vuelta. ¡¡¡Menudo descubrimiento, ¿no?!!!


martes, 23 de febrero de 2021

Sobrevolando Inglaterra

 


Ser el menor de los hermanos puede tener ventajas e inconvenientes, pero desempeñar un rol similar en la banda de rock más importante de la historia debió causar a un jovencito George Harrison motivos para ir a terapia al menos dos veces por semana. Tuvo que luchar duro, tímidamente al principio, de forma más enérgica después, para que le dejasen mostrar su talento, algo complicado enfrentándose a dos tipos que sacaban de su chistera una obra maestra tras otra casi sin pestañear. 

Tras la traumática separación de la banda, para colmo, llegó la personal, viendo a su mujer caer en brazos de su mejor amigo, un tal Eric Clapton. Las acusaciones de plagio por uno de sus mayores éxitos —My Sweet Lord— también amargaron la década de los setenta al benjamín de los Beatles, pero no le impidieron seguir grabando música. 

Mi primer contacto con el Harrison post-beatles fue la deliciosa Blow Away, single que aún conservo como oro en paño, pero uno de mis discos favoritos es Somewhere In England (1981), también rodeado de polémica. Su propio sello vetó la publicación de algunos temas por, según ellos, estar alejados de las modas del momento. Eso le inspiró Blood From a Clone, canción inicial en la que exhibe su repugnancia por la industria discográfica. Al final acabó editando un trabajo digno, interesante y atemporal. Sin abandonar su habitual faceta espiritual, reflejada en las deliciosas Life Itself y Writing's On The Wall, también mostró interés por «standards» como Baltimore Oriole y Hong Kong Blues, piezas de Hoagy Carmichael, el compositor del famosísimo Georgia on my mind. Pero lo más recordado de ese trabajo es la nostálgica All Those Years Ago. Era para Ringo pero, incapaz de cantarla, obligó a George asumirla. En su letra evoca recuerdos felices en The Beatles, tal vez influido por la reciente desaparición de Lennon. Por si faltaban alicientes, grabándola se re-encontraron en el estudio los tres Fab Four supervivientes.  

La historia ya ha colocado a George en el lugar que merece, pero su carrera en solitario sigue siendo injustamente desconocida. Para empezar a remediarlo os invito a recuperar aquella colección de canciones escritas desde algún lugar de Inglaterra


martes, 16 de febrero de 2021

Uno de los nuestros


No soy un fulano con la lágrima fácil, parafraseando al más famoso pirata de Úbeda, pero hace unos días se me encogió un poquito el alma cuando un buen amigo y gran melómano, Carlos Romeo, dejó un escueto pero contundente mensaje en mi whatsapp: “Ha fallecido Chick Corea”. Tendí a pensar, dados los tiempos que corren, que se trataba del bulo del día en un mundo tan asquerosamente falso que parece que no salgamos del 28 de diciembre en todo el año.

Pero se confirmó la triste noticia y no pude por menos que, desde mi sofá y mientras hacía como que veía algo en la tele, recordar como ese pequeño gran hombre, que comparte nombre con mi hermano Armando, había marcado mi vida desde la adolescencia. Casi gasté de tanto pincharlo My Spanish Heart, su particular homenaje a una música –el flamenco- que le cautivó desde su descubrimiento. Sus obras de los setenta, más cercanas al rock – Romantic Warrior, The Mad Hatter, No Mystery, etc -, me animaron a profundizar en una música a la que cuesta llegar pero de la que es imposible salir. Y entonces descubrí al Corea poliédrico, ese pianista que no dudaba en atacar el más puro bop parkeriano, adentrarse en experimentos free, interpretar a Mozart o juntarse con el mejor guitarrista flamenco de la historia para hacer música celestial, con tanto swing como duende.

Recuerdo mis nervios en la segunda o tercera fila del Teatro Cervantes en 1990, esperando a verlo en directo por primera vez con su contundente Elektric Band. O, años después, un reencuentro en otro lugar mítico, Mendizorroza (Vitoria), lugar soñado para los aficionados, en la presentación de su proyecto Touchstone con nuestro querido Jorge Pardo. Lo que no imaginé en julio de 2019 es que el coso taurino de mi tierra iba a ser el último escenario donde yo pudiese presenciar su magia a los teclados.

Como me ocurrió en su día con Bowie –que diferentes, pero que similares-, siento una tremenda ausencia en el arte desde que se ha marchado. Me consta que se estaba gestando su candidatura al Princesa de Asturias. ¿Podía alguien merecerlo más que aquel que, sin ser español, ha interpretado tantas veces por todo el mundo un tema llamado Spain?