martes, 18 de diciembre de 2018

Perdiendo los papeles


Si me dedicase a la crónica política, acontecimientos recientes en nuestras instituciones podrían relacionarse con el título de este artículo. Pero no, la historia no va por esos derroteros aunque yo piense que, efectivamente, esos papeles se están perdiendo.
Lo mío es más literal: ¿Acabará el uso del papel?. Se viene repitiendo desde hace años, aunque se sigue usando. Recibir el último número de la única revista especializada en jazz de nuestro país que continúa editándose en este formato, Más Jazz, me ha hecho recordar lo importantes que han sido los quioscos de prensa para mi formación cultural. Quizás más que cualquier biblioteca.
Recuerdo la emoción cuando mis padres me compraban los primeros Mortadelos. Creo que aprendí a leer con Ibáñez. De las tiras cómicas pasé a la ilusión semanal de los fascículos y mis visitas al quiosco de la Rambla Alfareros -  regentado por el padre de mi amigo Francisco Manuel – para comprar la enciclopedia de Jacques Cousteau, de bellísimas ilustraciones, que jamás logré completar. Más tarde, con las colecciones de libros, comenzaron mis lecturas más serias. Mi juventud se llenó de suspense y monstruos con aquella Biblioteca del Terror de tapas negras y letras de un sangriento color rojo. Y en la era de la incipiente ‘micro informática’ nunca faltó mi visita semanal para agenciarme el PC World, PC Magazine o cualquier revista que comenzase por esas entonces dos mágicas letras.
Y, por supuesto, gracias a las colecciones de vinilos mi cultura musical subió muchos enteros. El mejor complemento a la sabiduría del maestro Cifuentes era la colección Maestros del Jazz; y Maestros de la música me acercó mucho más a Beethoven y Mozart que la asignatura de música del instituto.
Bazares de las maravillas, fuentes de conocimiento sin fin en los que convivían portadas de banales revistas, o las muy subidas de tono – en cierta época exhibían más cuerpos desnudos que cualquier playa nudista – con sesudas colecciones de literatura y filosofía, o hasta cursos de ganchillo. Esas sucursales de la biblioteca de Alejandría regentadas por un amable quiosquero han ido languideciendo poco a poco, aunque persisten heroicamente unas pocas esparcidas por cada ciudad.
En esta época – llena de ventajas, no me quejaré de vicio – en la que los compradores de publicaciones en papel empiezan a ser considerados excéntricos, quería aprovechar mi último artículo del año para rendir homenaje a esos templos del saber que siempre hemos tenido a la vuelta de la esquina. Puede que hoy te hayas acercado a uno de ellos a comprar este diario donde me estás leyendo.

martes, 11 de diciembre de 2018

Dejadme que os entretenga


Se apagaron las luces y comenzaron a revivir en la pantalla canciones e historias sobre cuatro tipos que marcaron mi adolescencia, y ya sabéis lo que afecta todo en esas edades de atolondramiento, acné y primeros amores. Mientras Freddie despertaba en la mañana del día en que asombraría al mundo en Wembley, yo recordaba una madrugada del 80 en la me vi obligado a escuchar a escondidas un disco de equivoco nombre. El motivo de esa clandestinidad era un castigo paterno que supo acertar donde más me dolía, una privación temporal de la música. Esperé a que toda la familia durmiese y entonces, con alevosía y nocturnidad, la electrizante voz de Mercury entonó para mí los cánticos a Alá de aquel exótico Mustapha. Una broma musical que actualmente, tal y como está el patio, podría haberle costado un disgusto. Así pues, Jazz fue mi bautizo con La Reina
Ahora, a casi cuarenta años de ese momento, vuelven a la palestra gracias al polémico ‘biopic’ Bohemian Rhapsody, un film muy recomendable como producto cinematográfico y una gozada a nivel musical, con detalles muy cuidados en ese aspecto. Su punto flaco, quizás, el repaso algo deslavazado a los acontecimientos más relevantes de esta banda legendaria, centrándose demasiado en su miembro más carismático, controvertido y, lo más importante, mas muerto.  Soy de los que opinan que el genio de voz cristalina, poses provocadoras y alma de cabaretera nunca fue su líder absoluto; para mi Queen se alimentó siempre de cuatro diferentes personalidades al servicio de una de las factorías más sobresalientes y extravagantes de la historia del rock.
Con ese disco, decía, comenzó mi idilio con ellos, quizás por acoger muy diferentes estilos en un solo vinilo. Maravillosas baladas como Jealousy o In only seven days, rock contundente en If you can´t beat them o la metalera Dead on time, acercamientos tempranos al funky-disco con Fun it y divertimentos atrevidos en Fat bottomed girls o la simpática Bicycle Race, con esas señoritas en topless que ahora no pasarían la censura de la policía de lo correcto. Nunca imaginé entonces que la energética Don´t stop me now pudiese formar parte de una reciente campaña política en nuestro país. Y al final, aunque ellos lo negasen, sí que sonaba un poquito de jazz en la deliciosa Dreamer´s ball, que alberga estructuras y sonidos que cabalgan entre el blues y el swing manouche.
Cuando la película finalizaba me emocionó ver a mis héroes saludando a la multitud en el famoso Live Aid. Y pensé que, como Freddie cantaba en los directos de esa época, lo único que deseaban aquellos cuatro fantásticos era entretenernos

martes, 4 de diciembre de 2018

¡Mas gaita, por Tutatis¡



Pisa con fuerza marcando el ritmo sobre el escenario, aferrándose a su instrumento como si le fuera la vida en ello y logrando extraerle lamentos que nos erizan la piel. Adopta poses que nos recuerdan a dos Jimmys legendarios, Hendrix y Page. No hace mucho Carlos Nuñez declaraba  la gaita era la guitarra eléctrica de la edad media” y no le falta razón a uno de los músicos más inteligentes y virtuosos con los que nos podamos topar hoy en día, alguien que desprende una magia especial nada más comenzar a escucharlo.
Pero no solo el talento te lleva al éxito, también la diosa fortuna tiene que esbozar una sonrisa, y le sucedió, en plena adolescencia, cuando Paddy Moloney - gaitero de The Chieftains  - se fijó en él tras una audición en el conservatorio donde estudiaba. Al siguiente encuentro, en su Galicia natal, fue invitado ya a tocar con la mítica banda irlandesa, que pasaron a transformarse en unos padrinos ideales para alguien que deseaba profundizar en las raíces de la música celta.
Sus coqueteos con el pop - su música ha sido incluso sintonía de La Vuelta – puede que oculten la enorme figura que hay tras ese simpático y extrovertido flautista y gaitero que, haciendo realidad el eslogan de la sidra, ya es famoso en el mundo entero.
Desde su debut con el delicioso A irmandade das estrelas este vigués universal no ha parado de investigar, tratando de conservar las tradiciones del folk gallego y conectarlo con otras músicas. En Os amores libres, disco muy interesante, coqueteó incluso con el flamenco. Me  enamoró su colaboración con el gran Roger Hodgson en el exitoso Mayo longo. En Almas de Fisterra se acercó a las tradiciones de la bretaña francesa y, tras probar Mar adentro con Amenabar, incursionó de lleno en el séptimo arte con Cinema do mar. Incluso viajó al país del futbol y la samba para, con Alborada do Brasil, establecer conexiones entre lo celta y lo brasileiro.
Su último disco, Inter celtic, lo define como la música celta del futuro, colaborando nuevamente con sus queridos The Chieftains, los míticos Alan Stivell o Ry Cooder, e incluso probando sonoridades cercanas al jazz rock. Y acaba de publicar La hermandad de los celtas, un libro donde recoge todas sus investigaciones.
Muy pronto vamos a poder disfrutarlo en el Cervantes de nuestra capital y, muy al contrario que el bardo Asurancetúrix, aquel al que los galos maniataban sistemáticamente en todas sus celebraciones, los conciertos de Carlos Nuñez son un antídoto frente al aburrimiento, una fiesta de la música, la diversión y el buen gusto.
Yo de vosotros no me lo perdería,¡¡¡ por Tutatis !!!