martes, 20 de marzo de 2018

De reyes y flores


En el continuo debate en nuestro país sobre república o monarquía, hoy me voy a inclinar por lo segundo. Pero no me refiero a reyes terrenales, que pocos méritos suelen hacer para conservar sus puestos. La realeza musical es diferente, y os cuento.
En las postrimerías de los años 60 nació un estilo musical que iba a dar mucho que hablar durante cierto tiempo para después caer un poco en el olvido colectivo, quedándonos solo unos pocos locos repartidos por el mundo como seguidores incombustibles de esas músicas tan peculiares, esas canciones que no se rigen por las previsibles estrofas, estribillo, solo y final. En España, que siempre somos algo especialitos, lo bautizamos como rock sinfónico, aunque en el mundo anglosajón fue y sigue siendo más conocido por prog-rock o art rock. Realmente la etiqueta es lo de menos, lo interesante es el contenido.
Los años 80 acabaron prácticamente con esa maravillosa música, demasiado compleja y sensible para que las masas de esa "década maravillosa" pudiesen detenerse a paladearla, totalmente doblegados a lo facilón saturado de ecos, cardados y hombreras. Hasta las grandes bandas del género - dinosaurios se les llamaba - como Genesis, Camel o Yes - tuvieron que alinearse cerca del enemigo e insuflar tintes comerciales a sus discos ochenteros. Eso ya no era progresivo, era otra cosa.
A partir de ese momento solo los valientes se atrevieron a continuar por esta senda. Ya no llenaban estadios, ya no eran rock-stars, pero durante décadas han ido surgiendo bandas que han mantenido la tradición del progresivo y además han aportado nuevos enfoques y sonidos al género. Hace poco en mi taberna radiofónica pinché un buen ejemplo de muy monárquico nombre: The Flower King de Roine Stolt.
En los 90, tras algunas otras experiencias previas como Kaipa - toda una banda de culto-, este sueco graba un mágico disco cuyo título dio lugar inmediatamente después a una de las bandas fundamentales del progresivo contemporáneo.
Todo un hombre orquesta, gran compositor, guitarrista excepcional, teclista y cantante más que aceptable, Roine es capaz de, años después del boom del sinfonismo en el rock, hacernos cerrar los ojos y soñar con la belleza de la música. Todo ello sin plagiar ni imitar, aportando nuevas composiciones, desde la fabulosa y optimista homónima, pasando por las tremendamente progresivas - los Emerson, Lake and Palmer seguro que planeaban por su mente - 'The sounds of violence' o 'The magic Circus of  zeb', la preciosa balada ‘kingcrimsoniana’ que es ‘Close your eyes’ o la extensa suite –algo que nos chifla a los ‘proggers’- titulada ‘Hummanizzimo’.
Pues sí, el Rey de las flores llegó para maravillarnos, para cautivarnos con su música y para quedarse. Con estas monarquías si me quedo yo, para que os voy a engañar.

martes, 6 de marzo de 2018

Escuchar el cine

Los músicos, como los cómicos, recorremos leguas y hacemos camino al tocar. Y con el guitarrista almeriense Antonio Gómez un servidor ha disfrutado de algunas carreteras y unos cuantos escenarios. Y hemos alternando teatros y auditorios con esos otros “bolos alimenticios”, que es como él - con su particular e ingenioso humor - siempre denomina a esas amenizaciones musicales que, sin ser artísticamente las más satisfactorias, suelen ser las que más y mejor llenan la despensa del artista. Y en más de uno y de dos se nos requería tocar “algo de películas”.
Y así la mente inquieta de Gómez que, bajo su apariencia serena y tranquila, siempre está en ebullición, comenzó a concebir hace más de diez años el proyecto que acaba de ser alumbrado justo ahora por unos focos muy cinematográficos.
Antonio, como buen cocinero musical, tiene habilidad para mezclar cientos de ingredientes y dar con el sabor exacto con el que paladear cada melodía. La materia prima era excepcional pero, por otra parte, todo un reto, porque adaptar a combos y formas jazzísticas esas magnas obras del sinfonismo cinematográfico surgidas de la mente de los Williams, Mancini, Rota, Bernstein o Morricone no es una tarea fácil, y puede caerse en el cliché y acabar sonando a orquesta de Ray Conniff, con todos mis respetos, que tampoco estaba nada mal.
No es el caso. Cada versión, cada arreglo, cada adaptación está pensada, repensada – llevan una década cociéndose, os recuerdo – y bien madurada, para que este menú de cine pueda ser servido con la convicción de la originalidad más absoluta, y con el sello inconfundible de la guitarra y la forma de arreglar de Don Antonio.
Después de probar con Cine et swing – título muy EGB – o Melodías de AluCine, ha tenido que ser otro genio, Javier Ruibal, el que ha sugerido el definitivo “Lights, camera, version” con el que al final sale al mundo el retoño discográfico.
La flauta de Jorge Pardo en unas bulerías “por Jones”, la de Santi Ibarretxe en un ya mítico felino de color de rosa – cuantos conciertos no hemos acabado con ese inconfundible funk – la batería del malogrado Kim Plainfield aportando swing y poderío a la marcha de Dart Vader, el rotundo contrabajo de Guillermo Morente junto al lastimero violonchelo de Octavio Santos homenajeando a Haden y recordando la famosa lista de Schindler, y muchos otros grandes músicos entre los que se cuela modestamente hasta un servidor con un sencillo piano para un vehículo fantástico llamado Kitt.
En esta semana en la que precisamente en Hollywood acaban de hacer reparto de las estatuillas del tío Oscar, mi recomendación no es otra que esta: comprad más palomitas, recostaos en la butaca y dejaos llevar por lo nuevo de Antonio Gómez, una forma diferente de escuchar el cine.