martes, 30 de octubre de 2018

No hay excusa



A los amantes del automovilismo los imagino disfrutando con la evolución de motores y pilotos, sin pasar la vida rememorando a Fittipaldi o Ayrton Senna. También el aficionado al tenis goza con Nadal o Federer, aunque recuerde con nostalgia los clásicos Becker-Edberg en Wimbledon. De igual forma, los auténticos melómanos intentamos no anclarnos al pasado. Cualquier tiempo actual mañana será pretérito, y el ser humano, si algo bueno tiene, es que nunca deja de crear, para bien y para mal.
Me apenan los que no salen de The Beatles o los Stones, los viejos fans del prog para los que nunca hay nada mejor que Floyd o Genesis.
Descubrir a los polacos Riverside, como en otros momentos hallar a The Dear Hunter, Spock´s beard o Barock Project, es motivo de alegría, porque ante mí se abre un nuevo mundo de fantasía, nuevas melodías y novedosos enfoques de un estilo que, por mucho que algunos se empeñen, nunca ha muerto del todo.
Si escuchamos con atención a Riverside desde su primer disco, Out of myself (2003), nos percatamos de que no marean con largos y complejos solos ni amalgamas rítmicas sin sentido, sino que nos envuelven y hacen disfrutar de unos desarrollos musicales complejos pero para nada plomizos. En su propuesta todo cabe, desde acercamientos al pop hasta toques muy metaleros, todo ello sin la necesidad de ceñirse a la sobada fórmula de estrofa, estribillo y solo. Lo dice alguien que disfruta como el que más con un sencillo rock´n´roll ‘sin mariconadas' y que me perdonen los millenials sensibles por la expresión.
La tragedia ha marcado a la banda recientemente con la pérdida de su guitarrista, el gran Piotr Grudziński, pero sus otros miembros, con su bajista, cantante y principal compositor al frente, el genial Mariusz Duda, han sabido reponerse del trauma y acaban de facturar el maravilloso Wasteland, un disco apocalíptico y con la tristeza sobrevolando todas las canciones. Pocas veces me ocurre que un disco me obsesione durante días. Este ha sido uno de ellos.
Su inicio “a capella” con la folklórica The day after enlazada a un potentísimo Acid rain, han sido clave. Llegar a despertarme alguna noche con el riff de Vale of tears martilleandome es posible que también tenga algo que ver.
El disco no tiene desperdicio, con el épico Lament, la potente instrumental The struggle for survival o la sensible River down below. La homónima, de ambientes muy far west, me hizo retomar hace unos días el ‘mundo Morricone’.
Todos los que añoráis el pasado con la vieja cantinela de 'ya no se hace música como la de antes' no tenéis excusa: ya sabéis que disco tenéis que escuchar.


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