A los amantes del automovilismo los imagino disfrutando con la evolución de
motores y pilotos, sin pasar la vida rememorando a Fittipaldi o Ayrton Senna.
También el aficionado al tenis goza con Nadal
o Federer, aunque recuerde con
nostalgia los clásicos Becker-Edberg
en Wimbledon. De igual forma, los auténticos melómanos intentamos no anclarnos al
pasado. Cualquier tiempo actual mañana será pretérito, y el ser humano, si algo
bueno tiene, es que nunca deja de crear, para bien y para mal.
Me apenan los que no salen de The
Beatles o los Stones, los viejos
fans del prog para los que nunca hay nada mejor que Floyd o Genesis.
Descubrir a los polacos Riverside,
como en otros momentos hallar a The Dear
Hunter, Spock´s beard o Barock Project, es motivo de alegría,
porque ante mí se abre un nuevo mundo de fantasía, nuevas melodías y novedosos
enfoques de un estilo que, por mucho que algunos se empeñen, nunca ha muerto
del todo.
Si escuchamos con atención a Riverside
desde su primer disco, Out of myself (2003),
nos percatamos de que no marean con largos y complejos solos ni amalgamas
rítmicas sin sentido, sino que nos envuelven y hacen disfrutar de unos
desarrollos musicales complejos pero para nada plomizos. En su propuesta todo
cabe, desde acercamientos al pop hasta toques muy metaleros, todo ello sin la
necesidad de ceñirse a la sobada fórmula de estrofa, estribillo y solo. Lo dice
alguien que disfruta como el que más con un sencillo rock´n´roll ‘sin mariconadas'
y que me perdonen los millenials sensibles por la expresión.
La tragedia ha marcado a la banda recientemente con la pérdida de su
guitarrista, el gran Piotr
Grudziński, pero sus otros miembros, con su bajista, cantante y
principal compositor al frente, el genial Mariusz Duda, han sabido reponerse del trauma y acaban de facturar el
maravilloso Wasteland, un disco
apocalíptico y con la tristeza sobrevolando todas las canciones. Pocas veces me ocurre que un disco me
obsesione durante días. Este ha sido uno de ellos.
Su inicio “a capella” con la folklórica The
day after enlazada a un potentísimo Acid
rain, han sido clave. Llegar a despertarme alguna noche con el riff de Vale of tears martilleandome es posible
que también tenga algo que ver.
El disco no tiene desperdicio, con el épico Lament, la potente instrumental The
struggle for survival o la sensible River
down below. La homónima, de ambientes muy far west, me hizo retomar hace
unos días el ‘mundo Morricone’.
Todos los que añoráis el pasado con la vieja cantinela de 'ya no se hace
música como la de antes' no tenéis excusa: ya sabéis que disco tenéis que
escuchar.
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