martes, 6 de noviembre de 2018

El hábito no hace al monje



Un elegante traje no hace al artista y un claro ejemplo lo tenemos en los últimos años del mítico trompetista Miles Davis.
A finales de los 70 y durante casi un lustro, Miles se mantuvo recluido cual ermitaño, consumiendo drogas y alcohol en cantidades que tumbarían a un elefante
. Y, a ratos,  dedicado también a la única afición que superaba su interés por la música: las mujeres.
De esa oscura temporada deja reflejo un reciente ‘bio pic’ llamado Miles Ahead (2015). Pero a mí sus obras me interesan más y he dedicado algún tiempo estas semanas a revisar las posteriores a su resurrección.
Al igual que Bowie, bautizado como el camaleón del rock, y desde antes que el glamoroso británico, Miles siempre encabezó cambios y mutaciones en el jazz. Por tanto, su vuelta no defraudó en ese sentido. Los ortodoxos, como siempre, estuvieron prestos al rasgado pertinente de vestiduras.
Y es que algún iluso pudo pensar que volvía para retomar el bop, el cool o el jazz-rock casi free que él contribuyó a crear a finales de los 60, pero el viejo zorro de Miles se calzó unas enormes gafas de sol, se embutió en las prendas mas estrafalarias que pudo encontrar – y en los ochenta del pasado siglo era difícil destacar por ese motivo – y se lanzó de lleno a mezclar el funk-rock con el dance y la electrónica, usando cajas de ritmos y los más novedosos sintetizadores.
En su primer disco tras el regreso, The man with the horn (1981), ya anunció cambios, pero fue con las siguientes grabaciones, Decoy (1984), You´re under arrest (1985) y, sobre todo, Tutu (1986) con las que dio la campanada.
En definitiva, encauzó su nueva visión del jazz hacia lo que en ese momento se cocía en el mundo de la música. Se le acusó de vendido a lo comercial, pero estamos hablando de Miles Davis quien, para empezar se supo rodear de algunos de los mejores músicos del momento: John Scofield, Marcus Miller, Robert Irving III, Bill Evans o Darryl  Jones. Y para seguir, sus composiciones y su trompeta, más lírica y cristalina que nunca, mantenían la calidad y originalidad, aunque adaptándose a los días en que lo digital mató a la estrella analógica.
Haced la prueba y pinchad cualquier disco de pop de mediados de los 80 y, a continuación, un tema como Tutu o Full Nelson. El abismo es tan enorme como el que producen los garabatos de un niño frente al Guernica de Picasso.
De no haber sucumbido poco después a una hemorragia cerebral no sabemos que mas podía habernos deparado ese gurú de la trompeta, el hombre que demostró que la elegancia no estriba en el traje que llevas puesto.

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