martes, 23 de octubre de 2018

¡ Silbad, silbad malditos !


La reciente visita de Claudia Cardinale a nuestra ciudad y la escucha del último disco de Riverside – dos hechos sin conexión aparente – han activado mi memoria musical. Nada es capaz de emocionarme más rápido que una combinación de notas y a veces no necesito grandes orquestas ni complejos sintetizadores. Solo un sencillo silbido.
Y cantidad de recuerdos me asaltan cuando Alessandro Alessandroni comienza a silbar la melodía principal de Por un puñado de dólares: mi padre, su afición al cine, mis primeras películas con él llevándome de la mano al ya desaparecido Cine Imperial, o las viejas cintas familiares de Súper 8, donde se colaban con frecuencia las composiciones de un tal Ennio Morricone. ¿Recordáis los dispositivos de ocho pistas, formato tan popular en EEUU como poco extendido aquí? Mi padre lo puso en casa a principios de los setenta y en uno de esos cartuchos escuche sin cesar en mi niñez todo ese repertorio de silbidos, guitarras eléctricas limpias y poderosas, y percusiones que evocaban cabalgadas, no por el far west sino por el cercano desierto de Tabernas.
A Morricone le fue a buscar Sergio Leone cuando ya tenía cierta experiencia como arreglista y en su encuentro descubrieron que habían sido compañeros de colegio en la infancia. Quizás esa camaradería que da compartir pupitre y recreo hizo surgir a una de las parejas más fructíferas en lo que a comunión entre cine y música se refiere. Juntos hicieron algunas películas de pocas palabras y muchas miradas. De tipos duros, antihéroes sucios y sudorosos, y donde las partituras de Ennio eran un personaje más, compitiendo en protagonismo con Eastwood, Volonté o Van Cleef.
Aunque con los años Morricone fue ganando en finura y maestría compositiva, creando mas grandes páginas de la historia cinematográfica, para mí nunca superarán la magia de los ambientes tex-mex conseguidos en la melodía de Por un puñado de dólares, la tensión vibrante de La resa dei conti, o el mítico tema principal en La muerte tenía un precio, donde el crudo sonido del arpa de boca se mezcla con el dulce silbo, las guitarras, los látigos y la percusión logrando transportarnos a un banco de El Paso. Y si queréis una lección de épica musical preguntad a los de Metallica por qué abren sus shows desde hace años con The ecstasy of gold, de El bueno, el feo y el malo.
La verdad, no puedo imaginar a nadie con sensibilidad que no se conmueva con esta música, pero sí que conozco a un individuo al que los silbidos le ponen nervioso. Creo que para esta navidad voy a regalarle toda la banda sonora de la trilogía del dólar.


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