martes, 16 de octubre de 2018

Dios y la pausa para el café


Si algo tengo claro desde la música comenzó a marcar mi vida es la certeza de que en ella no existe la pureza. Por eso me hacen tanta gracia los ortodoxos de tal o cual estilo musical rasgándose las vestiduras en cuanto detectan el más mínimo sonido en ‘su música’ que les haga distraerse en su sacrosanta audición.
La música, desde sus orígenes, ha sido mestiza y bastarda. Si los compositores barrocos no hubiesen bebido de fuentes populares no habrían construido sus maravillosas catedrales sonoras. Si los negros norteamericanos no hubiesen fusionado sus cánticos y ritmos africanos con la estructuras del lied europeo y las armonías del country ¿de dónde narices iba a haber surgido el jazz?.
Nunca renuncio a un buen potaje musical si los ingredientes combinan bien y sus chefs saben lo que se traen entre manos. Por eso soy ferviente admirador de Esbjörn Svensson Trío,  tres suecos que para nada se hicieron los ídem tomando riesgos.
En sus comienzos no distaban mucho de otras formaciones nórdicas, bebiendo de clásicos como Evans o Jarrett y ciertos toques ‘a lo Metheny’. Pero supieron encontrar la senda para ser diferentes sin perder de vista la tradición, como yo creo se deben abordar todas las fusiones, y el pianista Esbjörn Svensson, el contrabajista Dan Berglund y el batería Magnus Öström comenzaron a aportar a sus composiciones influencias del rock, del pop y de la electrónica, integrándolo todo con  naturalidad.
Se vislumbró el cambio en su segundo disco - en su día me lo recomendó mi amigo Eduardo Mortensen - , un homenaje a Monk donde se llevaban a su terreno las composiciones del mas díscolo del bop. Pero explotaron en discos como From Gagarin´s point of view (1999) con su envolvente tema poniéndonos en la piel del primer humano en el espacio, Good Morning Susie Soho (2000), Strange place for snow (2002), con su un himno para los muy cafeteros llamado When god created the coffeebreak, o el impresionante Seven days of Falling (2003) y el tema homónimo cuya melodía siempre te pilla desprevenido.
Solo una vez tuve la fortuna de disfrutar de su directo, en el coqueto Teatro Principal de Vitoria y recuerdo haber salido emocionado tras una de las mejores experiencias sonoras de mi vida. Justo un año después, el mazazo: quien daba nombre a lo que se dio en llamar E.S.T., fallecía en un accidente de buceo en Estocolmo.
La vida sigue y sus compañeros acaban de editar un directo sinfónico con parte del repertorio, pero el proyecto pereció bajo el frio mar Báltico. Dios quiso que la pausa para el café fuese más larga de lo que los amantes de la buena música hubiésemos deseado.


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