Este desequilibrado mundo en el que vivimos cada vez se
asemeja más al que Lewis Carroll
imaginó en su relato más célebre. Enciendes la televisión y te das de bruces
con tertulias más absurdas que la famosa merienda de Alicia con el sombrerero loco,
la liebre de marzo y el lirón. En su irracional y peligrosa locura,
el comportamiento de la reina de
corazones coincide con el de ese portador de fregona amarilla en la cabeza que
rige los destinos del país más poderoso de nuestro tiempo. En nuestra propia
nación, esos dos líderes conservadores tan similares que parecen
intercambiables, ¿no os recuerdan a los absurdos e inquietantes gemelos Tweedledum y Tweedledee?
Pero no voy a viajar al siglo XIX sino al 1978, año en el
que un ya experimentado Chick Corea
decidió trasladar esta historia a su universo musical, uniendo muchas de las
características que lo habían hecho famoso: su reverencia por clásicos
contemporáneos como Bartok, su pasión
por lo latino, la fusión con el rock y su dominio de los sintetizadores. Pero,
por encima de todo, su pianismo a ratos romántico, heredero del mejor Evans o, en ocasiones, tan percusivo
como el del maestro Monk. Y se sacó
de la manga un disco que hizo que los ortodoxos pidiesen a gritos su cabeza.
Y es que cuando uno escucha The mad hatter y quiere estamparle la consabida etiqueta, no sabe muy bien que escribir dentro de ella. Su etéreo inicio con The Woods deja claro que no estamos ante un disco de jazz al uso. Cuando hace aparición el cuarteto de cuerda y la sección de metales, en temas como The trial, acompañando a una operística Gayle Moran, se funden los plomos de más de un rancio. Y, de repente, nos sorprende con lo que ha acabado siendo uno de los mayores standards del jazz moderno, el luminoso Humpty Dumpty. Los sinfónicos arreglos de temas como Dear Alice o el apoteósico final con The mad hatter rhapsody hacen las delicias de los que, como yo, no hacen ascos a la fusión de estilos, disfrutando de momentos casi progresivos que dan paso a improvisaciones que son puro latin-jazz. Sus acompañantes de lujo – Eddie Gómez, Joe Farrell y Steve Gadd - no hacen más que elevar el valor de una obra que fascinó a un servidor siendo quinceañero, conquistándome de por vida para el mundo del jazz
Y es que cuando uno escucha The mad hatter y quiere estamparle la consabida etiqueta, no sabe muy bien que escribir dentro de ella. Su etéreo inicio con The Woods deja claro que no estamos ante un disco de jazz al uso. Cuando hace aparición el cuarteto de cuerda y la sección de metales, en temas como The trial, acompañando a una operística Gayle Moran, se funden los plomos de más de un rancio. Y, de repente, nos sorprende con lo que ha acabado siendo uno de los mayores standards del jazz moderno, el luminoso Humpty Dumpty. Los sinfónicos arreglos de temas como Dear Alice o el apoteósico final con The mad hatter rhapsody hacen las delicias de los que, como yo, no hacen ascos a la fusión de estilos, disfrutando de momentos casi progresivos que dan paso a improvisaciones que son puro latin-jazz. Sus acompañantes de lujo – Eddie Gómez, Joe Farrell y Steve Gadd - no hacen más que elevar el valor de una obra que fascinó a un servidor siendo quinceañero, conquistándome de por vida para el mundo del jazz
Quizás la metáfora de la fascinante historia de Alicia que
más se adapta a nuestros tiempos es la del conejo blanco, estresado por no
llegar a tiempo a nadie sabe dónde y cuyo reloj podríamos sustituir ahora por
un smartphone. Dejemos de ser como él, detengámonos un segundo y disfrutemos de
obras como la que os propongo hoy.
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