martes, 26 de junio de 2018

Rumore, rumore



¿Recuerdan una telecomedia de los setenta llamada Soap? Aquí, de forma curiosamente acertada, fue conocida como Enredo, ya que quizás no hubiésemos entendido que en Norteamérica denominan soap opera a los culebrones televisivos. La cosa iba de divertidos líos de familia plagados de rencillas, adulterios, relaciones con la mafia y hasta asesinatos. En ella, por cierto, se dio a conocer un jovencito Billy Cristal.
Pues si hay una banda de rock que mereciese protagonizar un culebrón de este calibre son los Fleetwood Mac. A final de los sesenta sus fundadores – Fleetwood, McVie y Green – dejaron en la estacada al bluesman John Mayall y comenzaron a predicar la palabra del blues por su cuenta en su Inglaterra natal. Tres años y algún hit después su guitarrista, Peter Green, comenzó a dar muestras de inestabilidad mental- querer donar el dinero de la banda a la caridad fue una de sus ocurrencias - hasta que decidió abandonarlos.
A partir de ahí todo fue un entrar y salir de músicos. Unos desaparecían a mitad de gira para unirse a una secta; otros, debido a la fama, la carretera y los abusos, iban dilapidando neuronas a gran velocidad. Incluso alguno se tomaba demasiadas confianzas con las esposas de sus compañeros. Para colmo su manager montó una banda de igual nombre en paralelo y la lanzó de gira. Lógicamente acabaron en los tribunales.
Conforme abandonaban el blues y se acercaban al pop de la costa oeste las cosas se complicaban aún más, con las féminas entrando en juego: primero con la pianista Christine Perfect, reconvertida en McVie tras pasar por la vicaría con el bajista co-fundador y, algo más tarde, con la entrada del tándem formado por Lindsay Buckingham y su joven y bellísima novia Stevie Nicks, la cual se transformaría en una de las mayores sex-symbol del rock. En cuanto la formación mixta comenzó a rodar, aumentaron los líos;  hubo tantas cornamentas de por medio que me resulta imposible detallarlas en tan escasas líneas. Curiosamente, en el periodo de mayor inestabilidad emocional e inmersos en el consumo de todo tipo de sustancias, esta curiosa ‘familia del rock’ parió el disco que los elevó a los altares de la historia de la música, Rumours, titulado así por la gran cantidad de cuchicheos y engaños que rodearon a su creación.
En nuestro país, despistados al final de la dictadura, mientras se fraguaba esta joya del pop nos dejábamos seducir por otra explosiva rubia, italiana en este caso, que casualmente también cantaba su particular homenaje a la rumorología. Algo es algo, pero entre Rafaella y la Nicks, me quedo con la norteamericana.

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