La primera ocasión en la que me lo eché a la cara fue
siendo yo aún muy joven, a finales de los setenta. Apareció durante una gala benéfica
de UNICEF que nuestra entonces
primera - y única para los almerienses - cadena nos regaló una noche de mayo
del 79.
Entre las edulcoradas actuaciones de los hermanos Gibb, el gran John Denver,
los entonces ya míticos ABBA o la
bellísima Olivia Newton-John, el
impacto fue brutal cuando se coló en nuestras pantallas un espécimen claramente
fuera de lugar en esa ‘plantación de azúcar’ convertida en escenario: un rubio
con pelos de pincho y gorda narizota que, con una ‘discreta’ chaqueta de piel
de leopardo y embutido en ajustados leggings, se contoneaba de forma
provocativa y nos preguntaba con descaro si pensábamos que era sexy. Su áspera voz
dejaba claro que por su garganta habían pasado ya muchos litros de buen whisky
escocés y otras bebidas espirituosas: ahí estaba Rod Stewart y yo, tan bisoño en música como en primaveras, pensé
que se trataba de un nuevo artista. Desconocía en ese momento que el británico
tenía ya un bagaje más que envidiable en el circo del rock.
Despuntó en el Jeff Beck Group
y ahí hizo piña con el posterior ‘stone’ Ron
Wood. Juntitos dejaron al guitarrista colgado para formar parte de uno de
los quintetos más míticos y de culto de la historia: The Faces.
Surgidos de una escisión de los psicodélicos Small Faces con otro mito al frente, Ronnie Lane, esta banda setentera le podría haber disputado el
trono del rock´n´roll a los mismísimos Stones
de no haber sido por una serie de circunstancias que les llevaron a durar un
suspiro y solo grabar cuatro discos. Eso sí, a cual más imprescindible.
Posiblemente lo que más lastró a la banda fue el inmediato triunfo de
Stewart, que no se cortó un pelo de su rubia cabellera en iniciar su mediática
carrera en paralelo, logrando tener más éxito y repercusión en solitario que junto
a sus colegas; muchos empezaron a considerar al resto de la banda como meros
acompañantes del aguardentoso cantante. También los Stones, quizás sintiendo el
aliento de la competencia en sus satánicos cogotes, y cual gran equipo de
balompié, rompieron la baraja y ficharon a Wood
y al pianista McLagan, dejando
prácticamente en cuadros a la formación. Un verdadera pena, porque la historia
nos ha mostrado que la carrera del rubio de origen escocés nunca tuvo mejor
momento que los años que compartió con los otros cuatro lados de ese pentágono.
Últimamente se le ha visto intentando cantar standards de jazz. Alguien debía
recordarle que su voz está hecha solo para el rock´n´roll.
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