No sé si recordareis aquel capítulo de la mejor sitcom de todos los tiempos, Seinfeld, en el que George Constanza, el sempiterno amigo
del protagonista decidía, para que su vida cambiase, que iba a hacer siempre lo
opuesto a lo que la lógica le dictase. ‘Evitaré
cualquier llamada al sentido común o al razonamiento que pueda tentarme’ -
declaraba George.
Pues la carrera de David
Bowie está plagada de momentos así. Ocasiones en las que podía haber
decidido continuar con el estilo de música que le estaba proporcionando éxito
y, por contra, se lanzaba a una nueva piscina, una nueva aventura de inciertas
consecuencias.
En poco más de una década, desde sus inicios como mod, pasó
por el folk – su disco Space Oddity
es un buen ejemplo -, reinó en el glam
– con Ziggy como dueño y señor - ,
picoteó en el 'philadelphia sound',
se zambulló en el krautrock berlinés
con su amigo Eno, y acabó los
setenta con el semi-experimental Scary
Monsters. Y cuando la disco-music
empezaba a decaer él, nuevamente, hizo lo opuesto a la lógica. Se asoció con Nile Rodgers, el líder de Chic y gurú del estilo, y consiguió que
todo el mundo bailase al son que él había resuelto tocar.
Pero también, contraviniendo las normas estilísticas, incluyó
la guitarra de un rudo tejano llamado Steve
Ray Vaughan, que salpicó toda la grabación con unos inconmensurables solos
de blues que han quedado para la historia.
El Modern love con
el que comenzaba el disco dejaba claro que el de los ojos bicolor nos invitaba
a movernos. Echando un mano de un tema co-escrito con su compinche Iggy Pop, rescató China Girl para hacerla ya eterna. Y el Let´s dance que daba título a su nuevo trabajo era toda una
declaración de intenciones de lo que el nuevo Bowie ofrecía a la recién
estrenada década de los ochenta, transformándose en uno de sus temas más
fácilmente reconocibles desde entonces.
En sus trabajos siempre había sitio para lo extraño, como Ricochet, o para alguna versión, en este
caso la de unos desconocidos Metro,
de los que rescató la intensa Criminal
World. Hasta tuvo incluso la desfachatez de versionarse a sí mismo con la
revisión de Cat People, un tema poco
antes realizado ‘a la limón’ con Moroder
para un clásico del terror de los ochenta: El
beso de la pantera.
Bailemos hizo rico a Bowie,
que hasta ese momento había dejado escapar mucho dinero entre sus dedos – que aparecía
en los bolsillos de su manager – por lo que no le salió mal la jugada y dejó
claro que, en ocasiones, lo mejor que podemos hacer es pensar en cuál es la
mejor opción y seguidamente hacer lo opuesto
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