Hubo un tiempo en que el arte gráfico estuvo
indisolublemente unido al musical. Lo uno no se concebía sin lo otro y los
músicos prestaban tanta atención al mínimo detalle de la carpeta que iba a
contener su vinilo como a un determinado arreglo de cuerdas o a la correcta
mezcla o masterización de sus canciones.
El punto de inflexión, como en tantas ocasiones, lo marcaron
The Beatles con su inmortal collage
de personas y personajes de su Sgt.
Pepper, que impactó al mundo en el 67, no solo por la originalidad sino por
el enorme número de detalles en los que el melómano podía deleitarse durante
horas mientras disfrutaba escuchando el contenido. Con la llegada del CD se perdió
un poco esa magia, pero algunos han querido conservar esa concepción de obra integral
de épocas pretéritas.
Un buen ejemplo son los americanos Dream Theater, cinco virtuosos que aceptaron desde sus inicios que
no había nada malo en dejarse influir por todo y de todos para conformar una
carrera que, hoy por hoy, me parece impecable. Su guitarrista, John Petrucci, los definió en una
ocasión como una esponja musical y le doy la razón. Quizás el disco donde más
afianzan esa concepción de arte total es Octavarium.
Todo en esa obra parece estar relacionado y formar parte del camino para llegar
a alguna parte o volver al punto de partida. Jugando con los números - el ocho,
el cinco y el tres - presiden su portada ocho péndulos. En su interior, un
pulpo y una araña, ambas de ocho patas, unas fichas de dominó cuyo valor suma
ocho y una estrella de cinco puntas dentro de un octógono. En su música, cinco
instrumentistas y ocho canciones daban forma un disco que ocupó el octavo lugar
de sus grabaciones de estudio. Y podría seguir...
Y si analizamos su contenido, incluso mejora la historia.
Desde un inicio metalero a más no poder con The
root of all evil seguido por la preciosa balada The answer lies within, pasando por referencias a bandas como U2 en I walk beside you o a sus coetáneos Muse en Never enough, lo más impresionante es su
tema final, veinticuatro minutos de infarto dedicados a homenajear a sus
grandes referentes, como Génesis, Yes, Pink Floyd o Marillion.
La suite Octavarium es un monumento
musical que demuestra que se puede ser fiel a los maestros y, a la vez,
original y rompedor.
Pasearse por una obra así demuestra que en este siglo existe
un remanente de genialidad y buen gusto, músicos que van un poco más allá del
número uno en ventas o la búsqueda del éxito rápido. El teatro de los sueños
todavía está abierto, sacad vuestra entrada.
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